Con Tomás Llorens, se nos va uno de los líderes que dirigieron la transformación de la cultura española de la Dictadura a la Democracia creando instituciones clave y escribiendo el relato de conjunto de la cultura española en la que aún hoy vivimos.

Dotado de una mirada sagaz y una capacidad para aprender y enseñar fuera de lo común, Tomás Llorens ha sido uno de los líderes más exitosos en la gran operación cultural y política de la Transición y en el encaje de nuestra cultural artística en la narrativa de la sociedad global.

Lo hizo durante más de 40 años -y la muerte lo sorprendió trabajando- con un ejercicio virtuoso como miembro de los colectivos de artistas que lucharon contra la dictadura franquista. Algo que le costó cárcel y destierro. Y ya en la Transición, como ideado de una narrativa en la que se nos dice qué había sido el arte español en la contemporaneidad y qué potencial encerraba para su desarrollo futuro.

La trayectoria de Tomás Llorens sigue admirando por la constancia de unos compromisos intelectuales y políticos forjados durante la etapa final la dictadura franquista. Y por la finura con la que analizaba qué respuesta debía dar la cultura a los desafíos del cambio de época. Desde la Bienal de Venecia de 1976 al nuevo discurso incrustado en los tres grandes proyectos del IVAM, el Museo nacional Centro de Arte Reina Sofica y Museo Thyssen Bornesmiza.

Como se ha recordado, Tomás fue un práctico de su teoría. Y en su haber se cuentan dos de los mayores logros de la museística contemporánea española, el IVAM y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Curiosamente, habiendo hecho el diseño y casi toda la organización previos a la apertura no llegó a inaugurar ninguno de los proyectos.

El importante papel desempeñado en la negociación con el barón Thyssen para traer parte de su colección a Madrid fue un primer paso para convertirse después en el conservador jefe del museo Thyssen durante la etapa más larga de su ejercicio como, por así decir, un historiador que hablaba por medio de la dirección de sus museos.

Dos detalles de la sagacidad con la que trabajaba los tenemos en el papel que jugó en la operación puesta en marcha por el conseller Ciprià Ciscar —con figuras de la talla de Andreu Alfaro, Manolo Valdés, Enrique Aguilera Cerni o Jordi Ballester— para fijar una política (con mayor o menor carga «nacionalista») que encajara el arte valenciano contemporáneo en un discurso nacional e internacional. Una política valencianista pero no provinciana. La gestión de Tomás Llorens logrando que Roberta González trajera una parte muy significativa de la obra de su padre, Julio González, a València para constituir la colección de referencia del IVAM es una de las muestras del genio y la capacidad de liderazgo que tenía.

Durante unos cuantos años, tuve la suerte de acompañar a Tomás en su labor como director general de Patrimonio Artístico (y gestor del proyecto del IVAM) y más tarde como director del Centro de Arte Reina Sofía en el proceso de su conversión en Museo nacional.

Trabajar con Tomás fue literalmente un lujo. Pude admirar su capacidad como uno de los líderes de la transformación cultural que vivimos en España durante los 80 y los 90. Y recuerdo claramente la finura de sus soluciones para todo tipo de problemas. La respuesta que encontró para desactivar la oposición sin paliativos de la entonces directora de Las Provincias, María Consuelo Reina, a la rehabilitación y reforma del teatro Romano de Sagunt; la salida, propia de una historia de espías, para velar las dudas que planteaba la autenticidad de un Van Gogh venido al Reina con la extraordinaria colección Phillips; o la idea de organizar una exposición de un solo cuadro para calmar la desazón del barón Thyssen por el escaso entusiasmo mostrado por la sociedad española cuando compró la segunda mitad de la propiedad del «Mata Mua» de Gauguin que compartía con el millonario venezolano Cisneros.

Mi agradecimiento a Tomás no tiene medida. Por todo lo que aprendí de él. También en menor medida porque gracias a él puedo incluir en mi curriculum haber sido comisario de una exposición en el Reina Sofía. La del «Mata mua» precisamente. Tomás pensó que no era necesario buscar un comisario como tal porque la magia de la visión del cuadro la descubría cualquiera y por sí sola. Incluso un periodista como yo podía mostrar el camino. Per tantes coses, voltes gràcies, Tomás.