En estos días en que se habla tanto, y por tantos motivos, del diseño y de su importancia, nos ha dejado uno de sus primeros impulsores entre nosotros: Tomás Llorens Serra (1936-2021).

Efectivamente, Llorens, acompañado de los arquitectos Emilio Giménez y Juan José Estellés (es decir, de parte de la Comisión de Cultura del Colegio de Arquitectos), puso en marcha la primera edición de las ‘Conversaciones sobre diseño industrial’ que tuvieron lugar en València en 1967. Lo hicieron en colaboración con el ADI-FAD. Juntos trajeron a figuras del diseño (Tomás Maldonado, que había dirigido la prestigiosa Escuela de Ulm), del arte (Alexandre Cirici Pellicer) y de la arquitectura (Alberto Sartoris) a la ciudad. En aquellos días, pudo verse una exposición, titulada ‘Diseño industrial en España’, que recogía algunos de los premios Delta otorgados por la asociación catalana.

Tres décadas más tarde, en 1998, Llorens reconocía que aquel proyecto no cuajó en la sociedad valenciana. No lo haría hasta la década de los 80, con la creación y el impulso del Impiva. Aun así, Llorens y su querido Emilio Giménez no dejaron de participar del entusiasmo que envolvía a la ciudad en el tránsito de la década de los 60 a la de los 70; un entusiasmo por ‘fer país’ que se materializó en las propuestas de Joan Fuster, las contrapropuestas de Ernest Lluch y su nutrido grupo de economistas e historiadores. Etcétera.

Una vez dejada de lado (por imposible en aquel entonces) esta reivindicación del diseño, Giménez y Llorens contribuyeron a este fervoroso estado de cosas con un largo artículo sobre la arquitectura de la ciudad -‘Imagen de la ciudad. Valencia’- que apareció en 1970, con fotos de Francesc Jarque, en la revista ‘Hogar y arquitectura’. Todo un hito de nuestra historiografía arquitectónica en el que repasaban, en clave crítica, desde el modernismo y la Sezession de Demetrio Ribes o Vicente Ferrer hasta el ‘styling’ de GO.DB o el realismo italocatalán del propio Emilio. Los acompañó en la aventura Trini Simó, que tres años más tarde daba a la imprenta su primer libro: ‘La arquitectura de la renovación arquitectónica en Valencia’. Precisamente en agosto del año pasado, Tomás Llorens daba cuenta del fallecimiento de su amiga de juventud en estas páginas.

Llorens siguió participando de aquel ambiente al que nos referíamos, ya desde Inglaterra, país al que hubo de emigrar con su familia; por ejemplo, en el número 1 de la revista ‘Arguments’ (1974), puesta en marcha por Ernest Lluch, aparecía uno de sus artículos más interesantes relacionado con nuestra arquitectura: ‘El moviment modern i el racionalisme a l’arquitectura i l’urbanisme valencians’. La arquitectura de los años treinta y cuarenta del siglo pasado captó su atención de modo particular. No en vano, fue muy sonada la polémica que mantuvo por aquel entonces el tándem Llorens-Helio Piñón con Carlos Sambricio a cuenta de la arquitectura del periodo franquista. Apareció en las páginas de la revista barcelonesa ‘Arquitecturas Bis’, una magnífica publicación de cuyo consejo de redacción formó parte el de Almassora.

Otra de aquellas iniciativas la ha traído a colación recientemente otro buen amigo suyo, Valeriano Bozal, en las páginas de ‘Crónica de una década y cambios de lugar’. Nos referimos a la Bienal de Venecia de 1976. Aquel episodio, complejo y muy polémico, caracterizado por las ansias de ruptura con lo anterior, supuso aún más su alejamiento de otra de nuestras figuras capitales de la historia del arte, Vicente Aguilera Cerni, quien también tuvo su papel en aquel abortado intento por implementar el diseño como una herramienta fundamental de la industria. Precisamente de la mano del fundador del Grupo Parpalló, Llorens se introdujo en proyectos como la revista ‘Suma y sigue del arte contemporáneo’.

En conclusión, la enorme curiosidad intelectual de Llorens le permitió abarcar (e incluso reivindicar) disciplinas complejas como la historia de la arquitectura, y otras más novedosas, como el diseño industrial, sin dejar de lado la perspectiva ética que define a todo gran historiador, como demostró en el capítulo de la Bienal veneciana. Podemos considerarlo, por todo ello, un pionero. Y un ejemplo, un valioso ejemplo.