No era la expresidenta del PP, Isabel Bonig, santa de mi devoción; aun así he de reconocer que en su adiós dio muestras de una dignidad poco usual en la clase política. Pablo Casado y Teodoro García Egea le aplicaron el manual de Maquiavelo, tan vigente para los populares cinco siglos después. Quienes días antes de su marcha profetizaron que Génova tendría un gesto de generosidad hacia ella se equivocaron de medio a medio. Bonig fue sacrificada sin miramientos, cuando no traicionada, por su propia organización.

Para una buena parte de la militancia y simpatizantes del PP, Bonig demostró poseer una generosidad poco frecuente en los partidos: dejó su cargo, su escaño y pidió públicamente perdón por haber reprobado a la exalcaldesa Rita Barberá. Ese gesto compensa, en algo, el agravio hacia quien le otorgó, siete años atrás, su confianza como lideresa del PP.

Bonig ha descubierto algo aprendido en sus carnes antes por muchos: su partido no es agradecido. La historia del PP está repleta de ejemplos. No habrá una despedida ni reconocimiento público para quien se tragó los sapos más amargos de la historia del PP valenciano, para la heredera de un partido en fase de putrefacción. Hoy, quien le dio el envenenado testigo, corre a fotografiarse con Carlos Mazón para así asegurarse el sillón de senador. No es el único que empuja para aparecer en la nueva foto de los populares.

Bonig pecó de ingenua al no percatarse de cómo se le iban cerrando las puertas de la segunda oportunidad, esa que suele otorgarse en política de forma casi obligada. El repentino silencio de quien hoy es ya líder era el augurio de que algo se tramaba a sus espaldas.

Casado y García Egea ya habían dibujado un futuro sin ella. Un día después de la dimisión de Bonig, y sin duelos que guardar, Mazón presentaba su candidatura acompañado de cargos provinciales valencianos, algunos con currículum público de apenas dos líneas. Muchos de ellos habían jurado semanas atrás lealtad a Bonig. La imagen nos transportó a más de uno a aquellos años del PP en los que ser palmero del líder se consideraba una profesión. O, al menos, garantizaba un sueldo.

Bonig se ha ido, si no por la puerta grande, sí por una puerta digna. Sus adversarios en política le reconocen su labor, no así sus compañeros del PP. Y hoy me viene a la retina el mohín de desagrado del joven Pablo Casado hacia Rita Barberá al referirse a ella. Él aún no ha pedido perdón.