Crecen en España las voces que señalan el caso valenciano como un ejemplo de buen hacer. Junto a la gestión de la pandemia, se destaca la existencia de un clima ciudadano y político cuya tranquilidad resulta desconocida en otros lugares. Polarización controlada, hipérboles acotadas, personajes que neutralizan el histrionismo populista. Por supuesto, existen excepciones y situaciones excepcionales en las que algunos foros se inundan de fuego y griterío; pero también lo es que la audiencia valenciana le tiene tomado el pulso a los espectáculos extremados por más que se anuncien sembrados de épica. Para ejercicios satíricos o ditirámbicos ya tenemos las Fallas y les Fogueres.

El arraigo del sosiego en la geografía valenciana alcanza una enorme utilidad en los tiempos actuales. Gracias a él, vivimos las tensiones y los temores de la pandemia del modo más aconsejable: con respeto, prudencia y calibración ajustada de los diferentes daños que provoca. De nuevo, las salvedades no borran la apreciación general de que hemos entendido el mensaje de la covid: nuestra conducta es nuestro mejor escudo mientras avanzan las fases de la vacunación. Habrá errores de gestión, pero son muchos más los aciertos. Existirán demandas insatisfechas, pero son mayores las coincidencias entre las normas establecidas y la opinión ciudadana.

La tranquilidad de los valencianos ha despertado, asimismo, una acusada atención en el vértice político. Nunca es fácil gobernar y, menos aún, hacerlo en coalición. Existen países más acostumbrados a ello; pero, incluso allá donde la tradición pactista ha cundido, se producen espacios de varios meses para alcanzar acuerdos de gobierno y el surgimiento de distintas causas inesperadas que fragilizan los equilibrios de lo pactado. Sin embargo, la experiencia valenciana, aunque surcada por tensiones ocasionales e inevitables, ha seguido fiel a las grandes causas que motivaron la transformación de la voluntad electoral en 2015.

Cuando la estabilidad política y social se encuentran asentadas, cabe esperar que aumente la densidad de ese engrudo al que denominamos cohesión social. Ésta no desdice la presencia de personas sometidas a la pobreza, el desempleo y alejadas de la alfabetización tecnológica. Lo que sí afirma la senda de la cohesión valenciana es la presencia de una firme convicción: la de ampliar los límites de una sociedad viva y activa, integrada por ciudadanos libres y reflexivos. Una convicción no sólo ideológica, sino funcional, porque rescatar a la mayor parte posible de las personas que han caído en las trampas de nuestra época tiene su premio en términos de valores y, asimismo, en términos económicos: cada parado, cada estudiante que abandona su formación y cada profesional que, aun trabajando, lo hace alejado de sus capacidades, constituye un despilfarro de recursos productivos. Si nos conmueve un huerto de naranjos abandonado porque representa la dilapidación de un bien que aporta riqueza, no nos costará entender que las listas del INEM son algo parecido, con un añadido fundamental: la presencia de voces humanas que reclaman completar su ciudadanía con el trabajo.

La cohesión presente en la Comunitat Valenciana hubiese resultado mucho más difícil de lograr sin la implantación de un alto nivel de diálogo social. En otros lugares no se ha comprendido que un buen gobierno es aquél que ejerce sus responsabilidades con humildad. La ciudadanía no regala cheques en blanco; concede una delegación de su poder originario para que los órganos democráticos hagan honor a las obligaciones que les atribuyen las leyes. A partir de ahí, el sostenimiento de cordones umbilicales que permitan detectar la evolución de las demandas sociales constituye un método de gobierno inteligente para disponer de una visión cercana de la realidad. Un logro más probable cuanto más equilibradas sean las vías de comunicación, de modo que alcancen a los grupos sociales desapercibidos o con voces débiles.

La Comunitat Valenciana, con esa cualidad de comunidad tranquila, tras la que subyace la inclusión reparadora de las desigualdades, puede emplearse a fondo para intensificar su prestigio en otros lugares y trabajar con mejores herramientas el diseño de su inmediato futuro. Ampliando el reconocimiento europeo. Con una posición irrebatible en reclamo de una financiación ajustada a sus características objetivas. Con un ejercicio de liderazgo respetuoso y creíble en la confección de pactos entre las comunidades autónomas. Con una pulsión por la integridad pública, la conversación social y la empatía público-privada, imprescindibles para seguir navegando por el mar de la estabilidad y la equidad sociales. Con una intensa dedicación a la economía ética del siglo XXI. Una secuencia de valores y métodos de vida en común que, por sí misma, ponga en evidencia la distancia de resultados entre la esperpéntica acritud de otros lugares y la convivencia que se cosecha en la tranquilidad de la Comunitat Valenciana.