La política se ha judicializado; los partidos conservadores se consideran con derecho al ejercicio del poder y sintiéndose interinos en la oposición agotan los medios para impugnar cualesquiera decisiones de los gobiernos de izquierdas y los ciudadanos prescindimos de los representantes políticos para reivindicar nuestros derechos e intereses con la toma sistemática de las calles. Pero también los jueces se han politizado; la Justicia no es un ente abstracto, sino un número de personas togadas con la misma capacidad de pensar y sentir que cualquier ser humano y aunque les esté vetado la pertenencia a partidos o las declaraciones políticas, es inevitable que su ideología les haga afines a cualesquiera de ellos. No hay nada reprochable.

Su función es juzgar conforme a derecho, tarea nada fácil si se pretende impartir justicia. Aunque se parte de la literalidad de las normas, de meridiana claridad objetiva, el artículo 3 del Código Civil añade criterios interpretativos tales como el contexto, los antecedentes históricos y la realidad social del momento que, en sí mismos, ofrecen un amplio margen de discrecionalidad y es evidente que dan cabida a la ideología propia del togado. Los errores judiciales se demuestran en el alto número de sentencias anuladas por los órganos superiores o la diferente interpretación en los ámbitos jurisdiccionales. Asumiendo que la infalibilidad es un don divino del que por su naturaleza humana no participan los jueces, la aplicación de estas circunstancias puede producir tanto el pleno acierto como el error, que se traduce en la parte más significativa de los procesos penales: la calificación de los hechos. Como decía el Héctor de Shakespeare, la importancia de las cosas está en la que le demos.

El tratamiento al referéndum catalán fue el propio de una invasión napoleónica: la resistencia a ultranza y la represión absoluta. Siendo que el resultado no tendría efectos jurídicos, hubo un rigor político innecesario que se repitió en la sentencia y se reproduce en las protestas de quienes se sienten heridos en su amor patrio ante la posibilidad de que se les indulte.

Pero no nos equivoquemos. Pedro Sánchez, persistente y astuto, conocía de antemano las reacciones adversas inmediatas y ha calculado perfectamente los riesgos. Si se cumplen las amenazas de recurrir el indulto ante los tribunales y éstos rechazan el rescurso, habrá acertado y materializará los criterios de Karl von Lander: partir del pasado, obrar en el presente y trabajar para el porvenir. Si los tribunales dictan sentencia estimatoria, siempre quedará que ha hecho todo lo posible para tender la mano y remediar los errores pretéritos. Recordemos que en pleno Renacimiento, bajo el imperio de la intelectualidad, Luis Vives se atrevió a decir que las raíces de la mente brotan desde el corazón. Cualquiera que sea la solución, el presidente saldrá beneficiado.

Las posibilidades de anulación pueden existir porque, aun tratándose de una decisión discrecional, necesita la concurrencia de ciertos requesitos como, por ejemplo, el arrepentimiento, que tratándose de un sentimiento habría que contextualizar. En su acepción gramatical, arrepentirse es lamentar haber cometido algún hecho reprobable, es decir, haber exteriorizado un deseo que en este caso implicaba la declaracón unilateral de independencia con el bagage material que conllevaba. Aquí, el arrepentimiento por los actos es evidente porque el propio Oriol Junqueras ha reconocido públicamente el error, es decir, que no siendo el camino adecuado no se repetiría, al menos, con las mismas pautas conductistas. De lo que no se arrepienten es de ser independentistas, de pertenecer a uno de los pueblos de España que hasta su unificación ejercía el pleno autogobierno desligándose de la unidad de destino en lo universal

Y aquí si que no existe ley aplicable porque no encontraríamos norma jurídica que se atreviera a condenar un sentimiento. El odio, la xenofobia, el machismo y otros pensamientos reprochables no son sancionables a menos que se exteriorecen mediante actos concretos cometidos contra las personas o las cosas.

No entendemos el escándalo del indulto cuando hemos sido testigos de otros de mayor enjundia: políticos, jueces y banqueros se han beneficiado y, sobre todo, los verdaderos golpistas que el 23F, pistola en mano, secuestraron a los diputados para derrocar la democracia. No fue suficiente que cumpieran la condena en las prisiones militares cuya sobriedad es compatible con las comodidades de un hotel de 5 estrellas con la tropa a su servicio, sino que, además, les devolvieron a sus jardines o a sus casas o, sin indulto por medio, se utilizó la redención de la pena por trabajos en el caso de Milans del Bosch.

Más recientemente, el caso de Juana Rivas, supuesta mujer maltratada y privada de sus hijos, señora del maquillaje indeleble compatible con lágrimas impostadas, con la que empatizamos, por la que dimos la cara y salimos a la calle. Ya ha sido juzgada y condenada demostrando que mintió descaradamente, que invocó en beneficio propio la tragedia que vivimos las mujeres y nuestra buena fe utilizando a los propios hijos como armas. No podemos entender el feminismo hasta el punto de irreponsabilizar a nadie por razón de sexo, porque dañaremos nuestra propia causa. Hagámonos un favor a nosotras mismas.

Y a ver si acabamos con las reminiscencias del absolutismo que representan los indultos.