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Alberto Soldado

Indultos y sentimientos

Anuncia el Gobierno la concesión de indultos a los que proclamaron la independencia de Catalunya, según ellos cumpliendo el mandato de aquel referendo donde las gentes podían votar en varias mesas a la vez. Lanza el Ejecutivo central mensajes de concordia y de diálogo con el fin de acabar con una etapa de desencuentros y comenzar otra de esperanza. Y vistas así las cosas, ¿quién se atreve a contradecir el deseo de paz y de concordia, de diálogo y tolerancia, de mirar al futuro olvidando lo negativo del pasado? Nadie puede alzar la voz contra los deseos de paz. Ni siquiera el Tribunal Supremo, que alude a una ley que exige algo así como aquello del dolor de los pecados, arrepentimiento y propósito de enmienda. Argumentos que pueden ser válidos para faltas individuales, pero que resultan difíciles de vender cuando la supuesta falta es colectiva y el pueblo pecador no sólo está convencido de que no ha pecado, sino que está siendo sometido a una injusta represión. En esa estamos. La Constitución no contempla más soberanía que la del conjunto de los españoles por lo que, aplicándola con rigurosidad, no hay posibilidad de trocearla sin el consentimiento de todos. Y ahí está el nudo a desatar. Seguro estoy de que hay sesudos juristas que llevan trabajando en posibilidades que permitan satisfacer las ansias del separatismo catalán; buscarán la manera de pactar algo que sin romper el Estado puedan formarse estados que queden como mínimo, medianamente satisfechos. Es evidente que aquel café para todos que aplicó la UCD en los tiempos de la Transición no ha sido suficiente. Así es que a día de hoy sólo es posible una tercera vía que no deje contento a nadie pero permita otros cuarenta años de paz. Y para ello haría bien el Gobierno central en dialogar con la oposición para plantear propuestas conjuntas y haría bien la oposición en comprender que no podemos permanecer inmóviles ante una tozuda realidad. Habrá que estudiar cambios en la Constitución que atiendan los sentimientos de identidad.

El indulto es un gesto muy significativo que permite cargarse de razones a los que apuestan por la integración en un proyecto común español desde las aportaciones de sus territorios. Porque esa medida no debilita al Estado, sino que le permite mostrar su gesto fraternal. Porque también hay que decir, y bien alto, que el sector separatista no tiene más remedio que reconocer un pecado de grupo: el de anestesiar, excluir, señalar a quien no apoya su causa en Catalunya, convertida, sin género de dudas, en una dictadura del pensamiento único. En la hermosa tierra catalana se necesita libertad para poder manifestar un sentimiento de identidad que se lleva en los genes desde hace siglos, pero también libertad para sentirse plenamente español sin ser señalado en exámenes escolares de distintos colores porque uno elige escribir en la lengua de su madre, que puede ser el castellano, que es oficial en todo el Estado y que todos tienen el derecho a usar y el deber de conocer. Mientras haya gentes que apoyen gestos de sectarismo no habrá libertad. Y eso deben saberlo los indultados. No pueden reclamar libertades de grupo cuando muchos individuos sufren en silencio, diríase que abandonados, la bota de la opresión a sus sentimientos.

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