La toma de posesión de la presidenta madrileña tras las recientes elecciones lleva a reflexionar sobre las razones de su éxito electoral y también a cuestionar la derrota de las opciones que pretendían ofrecer el cambio. Ignorar la trascendencia de su éxito supone hacerlo de la derrota de las opciones perdedoras. Opciones con matices diversos quedaron sin que se pudiera comprobar si eran capaces de llevar a la práctica sus programas. En unos años ha resultado que fuerzas políticas emergentes pasaron a ser relativamente minoritarias mientras que la que parecía tambalearse logró consolidarse.

La nueva política no puede ignorar enseñanzas del pasado. Se requiere una actitud que considere la pluralidad de las diferentes opciones, conociendo la realidad de cada una de ellas. Tony Judt, así lo expresa, lamentando se olviden las enseñanzas de la historia, aún cuando poco aprendamos de ella, para construir el futuro, “Sobre el olvidado siglo XX”, afirmando que de su ignorancia pueden derivarse resultados funestos.

La insoportable levedad de la política lleva a afirmar que ya no tenemos movimientos políticos consistentes, sino apenas expresión de emociones, que se consumen en temas circunstanciales sin abordar cuestiones fundamentales - sin hacerlo sobre las cosas que importan de verdad, diría Antonio Muñoz Molina, al justificar su voto a la izquierda en las citadas elecciones - como la necesidad de mejorar la situación de quienes más lo necesitan.

Hoy proliferan propuestas, algunas de las cuales se apuntan como transversales, que continúan sin ofrecer una concepción que lleve a los acuerdos necesarios para solucionar las urgencias sociales. Así por ejemplo la situación desesperada de jóvenes en busca de empleo o de mayores que perdieron el suyo. Es decir, de lo que son verdaderas reivindicaciones ciudadanas. Y también, en otro orden de cosas, sobre el consenso necesario de la memoria histórica o sobre la adecuación del marco constitucional a la nueva situación política.

En las recientes elecciones madrileñas el éxito recayó en quien mantuvo un eslogan tan simple como el que pretendía apropiarse equívocamente del concepto libertad. De esta forma, el posible acuerdo de cambio quedó pospuesto para una segunda oportunidad. Sin olvidar, como advierte la poesía de William Yeats, “La segunda venida”, los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad. Veremos, entonces, si ninguna actitud disonante enturbia, en próxima ocasión, el entendimiento necesario, para lograr, en primer lugar, el éxito electoral.