Los días de mayo y de junio vienen aplomándose de modo que los motivos de sorpresa ahogan nuestros momentos de sosiego, los flujos de optimismo pierden toda su intensidad en nuestras mañanas o en nuestras tardes y las razones de desconcierto golpean nuestra capacidad de aguante y nuestra entereza. En esta situación, una noticia se consume ante otra, un argumento se malversa en medio de insultos y la pérdida de confianza en un posible análisis que gane la opinión se hace inevitable, pues nos vemos instalados ante un juego de ocultaciones y estrategias mantenidas y alentadas por grupos de poder o por la última y ocurrente lectura de la Isabel Díaz Ayuso de turno.

La situación inducida por unos y por otros genera desorientación, no sabemos a dónde conduce, no permite conjeturar el contorno de los próximos meses y menos de los días de las nuevas generaciones. Y si a esta confusa situación se la inflama con el grito y la pancarta, con la declaración que persigue convertir el espacio político en campo de Agramonte, ¿podremos recuperar el sosiego, la entereza, el análisis y la confianza que se requiere para recobrar un campo de malezas tan tupidas como enraizadas?

No pidamos ni esperemos del pueblo el sosiego que le hemos robado con descalificaciones o haciendo alarde de declaraciones cínicas. Hagamos la pregunta clave: ¿por qué la ley?, ¿por qué el cambio de la ley se ha de llevar a término desde la ley? Para evitar los fraudes, para disponer de una referencia moral, para evitar que el fuerte ‘se lleve las vacas del débil’, para evitar que acabe considerándose como justo ‘lo conveniente para el más fuerte’. En realidad, el recurso a la ley lo es para no ser víctimas de la arbitrariedad de los mandarines de una u otra causa y, sobre todo, para abrir el tiempo y las formas de la reflexión que sirven a los intereses colectivos y evitan los desgarros de nuestra sociedad. Esta sociedad está hecha jirones. Si es preciso para crear el clima de reflexión el otorgar indultos, hágase, pero marcando el respeto que en el futuro ha de hacerse valer siempre ante la ley y ante las distintas instituciones del Estado. El diálogo por sí nada garantiza, pero hemos de perseguir el logro de una organización política que reincorpe a un importante sector de la población catalana a la causa colectiva marcada por nuestra Constitución, tan deseada y apoyada en otros días por las mismas gentes que hoy la detestan. Lo que no podremos evitar es que haya alguien dispuesto a inmolarse; los mártires tienen causas diversas.

Lo más grave es que la gestión de los indultos se ha llevado a cabo de modo que los engaños, las descalificaciones, los insultos, solo han favorecido el rechazo. En ocasiones y cuando se hacen valer otras razones contrarias a los indultos, se responde a lo Koldo García Izaguirre, esto es, amenazando con frases tan elegantes como las de ese asesor de José Luis Ábalos que hizo saber al compañero de partido y alcalde León que «al ministro no se le señala con el dedo. Me quedan tres años para joderte». Sobran estas actitudes y estos asesores, paladines de lo que sea con tal de servir a su señor y, por supuesto, también sobran a la hora de tratar sobre los indultos y el proyecto político al que deben servir.