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Mercè Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Todos merecemos una película

El actor Lin-Manuel Miranda ha estrenado la película En un barrio de Nueva York. Un homenaje a Washington Heights, el lugar en el que creció y en el que, en su opinión, comienza el periplo estadounidense de muchas familias de inmigrantes. En El paciente inglés, Kristin Scott Thomas atrae a Ralph Fiennes por, entre otras cosas, saber contar historias alrededor del fuego y Meryl Streep seduce a Robert Redford con sus relatos en Memorias de África. La plaza Jemaa El Fna, en Marrakech, es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO por ser un lugar de transmisión oral de cultura. Un espacio en el que, cada tarde, hombres, mujeres y niños se arremolinan alrededor de alguien que, simplemente, gesticula y cuenta una historia. Una buena historia. Una película vale si tiene un buen argumento detrás. Lo mismo que un libro. O cualquier artículo. También éste.

Recuerdo cuando mis hermanos y yo le pedíamos a mi padre que nos contara cosas. Los tres teníamos querencia por la anécdota de cuando él y su amigo Pío cruzaron el Atlántico en un barco transportador de plátanos. Nos encantaba imaginar el momento en el que Pío se mareó y vomitó encima de las cajas o cuando mi padre, harto de la travesía y emocionado por ver tierra, se tiró del barco y cayó al mar. Un día le pedí a mi abuelo que me hablara de los judíos conversos mallorquines y de la presión social que vivieron durante toda su vida. Jamás lo hizo y siempre cambió diplomáticamente de tema. A cambio, me regaló miles de rondaies antes de ir a dormir. Todas las noches perdía la consciencia imaginando a jóvenes que trepaban plantas para visitar a Sant Pere y pedirle que les regalara un palacio o a gigantes que dormían con los ojos abiertos, vigilando que nadie les quitara una flor que curaba todos los males. Mi abuelo no compartía su pasado, pero narraba cuentos como nadie.

Hace años, escuché a una mujer contar cómo cruzó el Estrecho. Madre de un chaval con discapacidad intelectual, apartada por su familia y repudiada por su tribu, decidió venir a España para buscar una mejor vida. Malvivió durante años, hasta que recibió los apoyos de una entidad especializada. Logró traer a su hijo, que ahora estudia en un colegio, tiene amigos, ropa, un techo y un terapeuta. Ella trabaja ayudando a las madres africanas. Detrás de cada una de ellas hay una historia que merecería una película. Como también la merece el migrante que pasea en bicicleta por el barrio buscado ofertas de empleo, el joven que se emancipa porque ha encontrado su primer trabajo, la ejecutiva que no puede más con su vida a contrarreloj o la mujer que viaja este año a su país para celebrar el funeral de su padre. Todos tenemos una buena historia que contar. Solo hace falta saber escucharla.  

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