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alberto soldado

VA DE BO

Alberto Soldado

Ojos del miedo y miradas de esperanza

Los ojos de Puchol II se llenaron de miedo. No hay soldado en el mundo que no sienta el escalofrío de de ver en la batalla la guadaña de la muerte que le acecha. Y Puchol, que es muchacho cerebral sintió recorrer el espectro de la derrota ante un enemigo que no se rendía y que restaba con golpes mágicos sus balas de muerte. Fue en el momento en que Alsina le cogió del rostro y le dijo algo así como que él era el campeón y que de allí saldría campeón. El exseleccionador, que ha visto nacer y crecer a aquel muchacho espigado fue determinante en tranquilizar las alteraciones de su pulso. Resulta que De la Vega posee recursos que nadie posee; que gasta una izquierda que es joya diamantina y que el sábado se había empeñado en olvidar la fría final del año del silencio, donde apenas opuso resistencia, y estaba dispuesto a interpretar una mágica sinfonía que provocara el delirio de los aficionados. Y los ojos de Puchol se llenaban de miedo al no comprender cómo era posible que aquella pelota no se convirtiera en quinze…Como decía el Suret II, a los ojos de Puchol le fallaban «les matemátique» ante la respuesta de su rival.

OJOS DEL MIEDO Y MIRADAS DE ESPERANZA

Y sin embargo fue con el clasicismo puro con el que Puchol II acabó derrotando a aquel felino que se revolvía. Es clasicismo puro que un rebote a «colp» se convierta en quinze para el que lo juega. Y ahí Puchol no dejó escapar ni una sola oportunidad. Es clasicismo puro ejecutar un «dau» que toque piso y roce pared. Y ahí hizo daño, mucho daño a De la Vega, a pesar de su izquierda. Lo de tocar muralla y buscar «careta», que tantas veces intentó De la Vega era ofrecer la oportunidad a Puchol II de entrar a la pelota «per davant» y con elegante y poderoso sobaquillo- clasisicimo entre clasicismos- buscar las alturas. Tuvo suerte Puchol en que la pelota le favoreció en las gradas, cierto, pero conviene recordar en un mundo tan sabio como el de este deporte aquello de que «la pilota sempre li diu a qui mes juga…». Puchol II hizo quinze lo que debe hacerse quinze. Y sobre esa base sólida teorizada por Juliet, asentó su triunfo. De la Vega encandilaba con golpes de ensueño que después remataba ofreciendo un «rebot a colp». Tres o cuatro quinzes, sí, seguramente no fueron más, pero los suficientes para dar el oxigeno que necesitaban aquellos ojos que nunca dejaron de tener miedo pero aprovechaban cualquier descuido para asestar el tiro mortal.

Hay un campeón sólido y hay un subcampeón que le habla de tú a tú, con veintidós años. Un campeón que seguirá fiel a un juego poderoso y elegante; que no discutirá los teoremas de los manuales de la Escala i Corda pero tenemos la suerte de disfrutar con un chaval que posee lo que no se ha visto, que aporta nuevos descubrimientos y que necesita, en el mano a mano, entender que no se puede regalar nada, a quien tanto sabe. Ojalá este nuevo duelo en las alturas sirva para animar los trinquetes, para crear expectativas, para inventar nuevas experiencias que nos saquen de la rutina. Que los ojos del miedo, del pesimismo de muerte ante este panorama se transformen en miradas de esperanza.

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