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Los riesgos de la lucha por las identidades

Ha pasado el 28 de junio. Día del Orgullo LGTBI. Este año, en medio de la polémica sobre la ley trans y su aprobación. Lamentablemente, aun siendo un día festivo y de reivindicación, lo ha sido también de polémica entre distintos posicionamientos feministas. Todas las posiciones son legítimas y todas ‘escuchables’. Las diferentes miradas dentro del movimiento feminista ejemplifican uno de los elementos más importantes de lo que significa el feminismo: diversidad. Sin embargo, cuando las posiciones toman la forma de ataque y no permiten la construcción de acuerdos sobre aquello que podría ser común la divergencia puede convertirse en hostilidad, descrédito e invisibilización del ‘otro’, ‘otra’, ‘otre’.

En los últimos tiempos, la lucha dentro de los feminismos ha sido en parte cooptada por los partidos políticos y, en este punto, parece que la hostilidad sirve a otros intereses que reproducen las lógicas patriarcales que pretendemos desmontar, es decir, más centrados en el poder. Es explicable que el debate tome esta forma. Es la lógica que hemos aprendido; pero deberíamos trascenderla y esperar que las divergencias ideológicas sean, siempre que podamos, un enriquecimiento para construir. Básicamente, porque la historia nos demuestra que, si bien el poder para influir es útil, el uso del poder para doblegar no suele transformar. 

Ahora bien, ni todos los discursos sobre la realidad trans son feministas ni tampoco todos los discursos sobre las mujeres lo son. Parece que la identidad está siendo -en los últimos tiempos- el eje sobre el que se vertebra la legitimación para poder participar en determinados debates. Justamente el feminismo debe plantear -y plantea- la permeabilidad de las identidades, pero teniendo en cuenta, siempre, las opresiones. El cambio llega a ser transformación en cuanto que es político y busca la garantía de derechos para todas las personas (que no la uniformidad de éstas). Sin embargo, a veces sin ni siquiera tener conciencia de ello, atomizamos las luchas, las fragmentamos, nos centramos en nosotras/os y nuestras iguales, en una escalada infinita que quiere poner el acento en dónde está la diferencia entre nosotras y en quiénes estamos más oprimidas; en definitiva, una jerarquía de la discriminación. Ello supone pérdida de visibilidad y de poder, poder para incidir. 

¿Y cuál suele ser el eje conductor para justificar esta jerarquía infinita? Pues a menudo, una supuesta ‘esencia’ de lo que ‘es’ ser hombre, o ser mujer (argumentada desde el sexo al nacer en unos casos o, en otros, desde el sentimiento o identidad). Sin embargo, aquello que es común es la opresión recibida por romper con la norma de género que establece el sistema patriarcal, por el cual la feminidad (en todas sus formas) está sometida, denostada y violentada, como también lo está el no responder a las categorías de género a partir del sexo al nacer.

A menudo es ese ‘ruido’ de la hostilidad el que no permite ver cuáles son las reivindicaciones que nos unen. La inclusión y la diversidad deberían ser dos de ellas, como también la ampliación de derechos para todas las personas que podemos estar oprimidas por el sistema de género (aunque sea en diferentes grados y formas). Centrar el debate en quién debe estar dentro o fuera de cada lucha dificulta ver y reconocer que existe un sistema de opresión global que toma diversas formas y que cruza siempre con el capitalismo. Deberíamos preguntarnos a quién puede beneficiar este ‘ruido’. Este desmembrarnos en discursos parciales y excluyentes y, sobre todo, este ruido que desdibuja el sistema que genera los malestares. Preguntémonos: ¿quién saca provecho de la escenificación de la discordia?

La transformación del mundo respecto al ‘modelo único’ en el que vivimos actualmente -heteronormativo, racista, clasista y capitalista- es una lucha mayoritaria. Incluso es la lucha de las personas que, respecto a muchas situaciones vitales, estamos en una situación de privilegio. La génesis, las causas son compartidas, son comunes. Si no podemos poner por encima esta premisa le estaremos haciendo el juego al capitalismo y al sistema patriarcal, que son lo mismo. 

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