En la década de los años 70 del siglo pasado, la contaminación era la principal amenaza para la supervivencia de l’Albufera. Ahora la principal amenaza es la falta de agua. L’Albufera que describió Blasco Ibañez, y que muchos valencianos conocieron a través de sus relatos, desapareció en 1973. En ese año, las aguas se enturbiaron, una espesa sopa verdiazulada de algas lo cubrió todo, la luz del sol dejó de llegar al fondo del lago provocando la desaparición de la vegetación subacuática y de la mayoría de las especies que dependían de ella para su supervivencia. La laguna fue anegada por las aguas residuales de las poblaciones ribereñas y por los vertidos sin depurar de todo tipo de industrias, el lago no pudo más y sucumbió. Veinte años tuvieron que pasar para que las administraciones reaccionaran y entrara en funcionamiento el colector oeste que desvió los vertidos a la depuradora de Pinedo.

Ahora, la amenaza es la falta de agua. El parque de l’Albufera es uno de los humedales más importantes y ricos por su biodiversidad de la península ibérica. Su supervivencia obviamente depende del agua. Agua que llega con las lluvias pero, sobre todo, con los retornos del regadío, los sobrantes no aprovechados por los cultivos que alimentan el parque a través de la red de acequias y de las surgencias de los acuíferos que afloran en el humedal. En los últimos años, las aportaciones han ido disminuyendo paulatinamente, el efecto del cambio climático se ha dejado sentir con una menor precipitación, pero, sin lugar a dudas, la reducción más significativa se ha debido a las obras de modernización de regadíos realizadas en la Acequia Real del Júcar. Nada menos que el cincuenta por ciento del agua que recibe el lago lo aporta esta centenaria comunidad de regantes. La modernización, que se inició hace quince años, rompió el frágil equilibrio hídrico que se había alcanzado durante décadas en el lago, al sustituir el tradicional riego a manta que inunda los campos, por una tupida y kilométrica red de tuberías de plástico que, como en los hospitales, alimenta a los cultivos gota a gota sin dejar apenas agua para l’Albufera.

Esa transformación, incomprensiblemente, se inició sin ningún tipo de evaluación ambiental que valorara los riesgos que comportaba el cambio de las prácticas de riego para el ecosistema, y estudiara las medidas correctoras y compensatorias que debían adoptarse para evitar o minimizar cualquier tipo de impacto que pudiera producirse sobre el medio ambiente. Las obras, por su magnitud y cuantía -15.000 hectáreas afectadas- se han ido fragmentado en sectores de los que alrededor de la mitad ya han sido ejecutados, amparándose en su tramitación en un fallido informe de 1996 que afirmaba que «sobre la Albufera el impacto por reducción de retornos de riego es insignificante».

El respeto y protección del medio ambiente es un compromiso irrenunciable para las administraciones, forma parte de nuestro ADN, y así ha sido escrito en la Constitución española y revalidado con la firma de los Tratados vinculantes con la Unión Europea. En ese sentido, el pasado 30 de abril, Les Corts Valencianes se pronunciaron con rotundidad a través de una proposición no de ley que exigía una evaluación del impacto que las obras de modernización de regadíos, realizadas y pendientes de ejecutar en la Acequia Real del Júcar, han tenido y van a tener sobre los espacios protegidos del parque de l’Albufera, el LIC del río Júcar, y sobre el acuífero del Plan Sur de València del que se abastecen más de 200.000 personas en la Ribera. Mientras se realice esa evaluación, y tal como dictan los principios de derecho ambiental de cautela y acción preventiva, por prudencia y para evitar daños mayores, deben paralizarse las actuaciones que ahora se están ejecutando.

Estos días asistimos atónitos a una ola de calor en Canadá con temperaturas de 49 grados; este pasado enero, Filomena congeló el centro peninsular con mínimas cercanas a los 30 grados bajo cero. El cambio climático no es un postureo, ni un emblema exclusivo de agrupaciones ecologistas, es una realidad amenazante que rápidamente está cambiando el mundo y el medio ambiente que nos rodea. Un ‘Govern botànic’, que se proclama ‘verd, un ministerio y una consellería que tienen su razón de ser en la transición ecológica deben mirar de frente las amenazas y actuar diligentemente para proteger con todas sus fuerzas el patrimonio natural que se nos escapa de las manos. El Parque Natural de la Albufera y el resto de los ecosistemas de la Comunitat merecen la vida: cuidémoslos, es nuestra obligación.