La democracia de que disfrutamos desde que se promulgó la Constitución de 1978 es necesario cuidarla y fortalecerla, no es suficiente afirmar con reiteración por unos y otros que la nuestra es una democracia de las mejor calificadas por organismos internacionales. La arruinaremos si no se enseña con reiteración a cada generación de españoles los valores y principios constitucionales, el significado y finalidad de la división de poderes y el papel central de las libertades públicas y los derechos fundamentales en nuestro sistema democrático. Tenemos serios reparos sobre como se practica la división de poderes, como se interpretan los valores y principios constitucionales o sobre la protección de los derechos fundamentales por los poderes públicos porque aspiramos a que la nuestra sea una democracia avanzada.

Al margen de la necesaria defensa y perfeccionamiento de los grandes pilares de nuestro sistema democrático, hay que prestar atención a los detalles analizando las conductas de los políticos y la letra pequeña de leyes y políticas. El líder del Partido Popular, Pablo Casado, en su intervención en el Congreso de los Diputados el 30 de junio pasado pretendió blanquear a los golpistas del 18 de julio de 1936, al manifestar que estaban con la ley aunque no con la democracia, y pretendió desprestigiar la Segunda República al mencionar que era una democracia sin ley. Quiso arreglarlo diciendo que con la Constitución española de 1978 la ley y la democracia están asociadas de manera indisoluble. Y aunque coincidimos con esta última afirmación, no podemos aceptar que la Segunda República fuera una democracia sin ley ni que pudiera justificar un golpe de estado que derivó en una guerra incivil y en una dictadura. No debiera el líder de un partido democrático apuntarse a este tipo de revisionismo que postulan populistas de extrema derecha.

El intento de blanquear la dictadura franquista por el líder de la oposición, que pudiera ser presidente del Gobierno en los próximos años, es grave, es un detalle sintomático de una deriva del Partido Popular hacia posiciones más cercanas a la extrema derecha que a los partidos conservadores europeos liderados por Macron o por Merkel. Son los partidos conservadores europeos los que deben servir de ejemplo al Partido Popular y no los partidos que pretenderían reeditar fascismos o autoritarismos del pasado.

Las afirmaciones de Casado fueron muy criticadas por el presidente del Gobierno y por los portavoces de los partidos que le llevaron a la Moncloa. La reacción de los mencionados líderes es un buen síntoma. Pero si vamos al detalle resulta un tanto sorprendente, por poner un ejemplo, la ausencia de equilibrio en el tratamiento de la dictadura franquista por la izquierda parlamentaria (al margen de los independentistas) y el tratamiento de lo que ha sucedido y sigue sucediendo en Cataluña.

El gobierno de una comunidad autónoma, que forma parte del Estado español, cuyo presidente desprecia al jefe del Estado y que junto con otros independentistas amenaza con una declaración de independencia unilateral es de enorme gravedad. Sin embargo, parecería que esta posición del independentismo catalán es algo normal, una muestra del pluralismo de nuestra sociedad, confundiendo el pluralismo ideológico con el incumplimiento por los gobernantes independentistas de sus obligaciones institucionales y de su subordinación a la Constitución y a las leyes. Es un detalle que no se corresponde al de una democracia avanzada.

Nos preocupa que el Partido Popular haya interpretado su función de oposición, necesaria en toda democracia, con el empeño en que Pedro Sánchez disuelva las Cortes y convoque elecciones generales, con la esperanza de que en las urnas se verifique lo que parecen indicar las encuestas. Tenemos algunos antecedentes de este tipo de estrategia en la izquierda y en la derecha que nada bueno aportaron a nuestra democracia.

Sánchez dispone de más de dos años de legislatura presidiendo un Gobierno legítimo, guste o no guste, cuya gestión ofrece luces y sombras como todos los Gobiernos españoles que le han precedido y como todos los gobiernos de los Estados democráticos. Generar un clima de crispación constante a base de tópicos y descalificaciones polariza a los españoles, genera desconfianza y perjudica a nuestra posición internacional.

No se trata de que no se haga oposición, sino que se haga otra oposición que preste atención a los detalles del gobierno de la coalición PSOE-Unidas Podemos. Así, por ejemplo, se están llevando a cabo reformas en educación y pensiones que es preciso analizar con detalle, con pincel fino dejando a un lado la brocha gorda que de nada sirve salvo para crispar. Es necesaria una reforma del sistema sanitario español que nos ha ofrecido flaquezas considerables durante la pandemia. Se debe exigir una más extensa e intensa inversión en investigación centrada en las frentes más avanzados, entre otros el sanitario, el de las nuevas tecnologías y el del medio ambiente. Debemos aprovechar la inyección de miles de millones de euros en fortalecer nuestro tejido industrial, cada vez más menguado. Resulta necesario, a la vista de lo sucedido en la pandemia y otros tantos asuntos que afectan directamente a la vida de los ciudadanos.

Necesitamos una oposición ilustrada que con datos y argumentos lleve a cabo la alta función que tiene encomendada en un sistema democrático. Sin oposición no hay democracia, lo que también debe tener en cuenta el Gobierno que debe oír a la oposición. No puede ser en un sistema democrático que el Gobierno solo tenga en cuenta a los que le han votado. Debe ser realidad, y no puro eufemismo, que el Gobierno gobierne teniendo en cuenta a todos los ciudadanos. Lo contrario es enfocar la gestión gubernamental como una campaña electoral permanente en busca de votos. La valentía de los gobernantes no solo debe consistir en adoptar medidas arriesgadas, que también, sino en ser capaz de rectificar, de cambiar de posición como consecuencia del cambio de las circunstancias internas o internacionales, sin estar mirando constantemente las encuestas que impiden ver a larga distancia.