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Romero

Tribuna

Justo Romero

El cabreo del Palau tancat

Cabreo. Quizá sea esta palabra la que mejor defina el sentimiento de los melómanos y abonados del Palau de la Música ante el cierre que sufre desde que, el 29 de junio de 2019, hace ya más de dos años, se produjeran unos desprendimientos en la cubierta interior de una de sus salas (la «Joaquín Rodrigo») que determinaron el cierre al público de todas sus instalaciones. El «cabreo» inicial se ha tornado «monumental» al conocerse estos días que el cierre se prolongará, «al menos, como muy pronto», hasta la temporada 2024-2025. Es decir, València y su melomanía estarán privados de su mejor espacio sinfónico al menos durante un lustro. También la Orquestra de València, privada de su sede, se ha visto forzada a andar de prestado de un lado para otro, y a ofrecer sus conciertos en condiciones verdaderamente inapropiadas.

Nadie en la Administración municipal, ni políticos ni técnicos, parece tener arrojo y determinación para coger el toro por los cuernos y afrontar con efectividad la solución de un problema que está resultando letal para la afición valenciana. Los abonados del Palau de la Música, ganados durante años a través de una oferta sinfónica que siempre ha sido modélica en el panorama musical español, y en la que el protagonismo de la Orquestra de València nunca ha dejado de crecer, se han visto obligados a convertirse en seguidores errantes de una constreñida oferta sinfónica hoy limitada apenas a los conciertos de la OV en lugares prestados, algunos tan absolutamente inapropiados como el Teatro Principal.

Causa sonrojo, lástima, indignación y, finalmente «cabreo monumental» la inoperancia y falta de respuesta de unos y otros. Políticos y técnicos, técnicos y políticos. Pensar que el Gran Teatre del Liceu de Barcelona fue completamente devorado por el fuego y que solo tres años después fue reinaugurando completamente rehecho, causa admiración y envidia. También vergüenza propia al comparar la eficacia y diligencia de las autoridades catalanas en relación con las valencianas. El Liceu quedó convertido en un amasijo de escombros el 31 de enero de 1994. Cinco años después, alzó de nuevo el telón, concretamente el 7 de octubre de 1999, exactamente igual que era, pero actualizado con un equipamiento escénico e instalaciones a la vanguardia mundial.

Han transcurrido ya dos años desde que se desprendieran algunas láminas del techo de la camerística sala «Joaquín Rodrigo». Una minucia en comparación con la devastación total sufrida por el Liceu. Las obras de reparación, aún ni siquiera han comenzado. Tampoco en los próximos meses. Aún habrá que esperar para la adjudicación de las dichosas obras, cuyos inicios se prevé que no se producirán antes del primer semestre de 2022. Y el Ayuntamiento continúa sin comprometerse con anunciar una posible fecha de apertura: «No me aventuro a dar una fecha concreta», declaró hace pocos días sin cortarse un pelo Luisa Notario, concejala de Gestión de Recursos del Ajuntament. La irresponsabilidad es absoluta. Como la falta de iniciativa para solucionar un problema candente que está destrozando no solo la vida sinfónica de València, sino también su melomanía y a su propia orquesta, que artística y técnicamente ha entrado en una frustrante recesión artística, inaudita en la ilusionante fase de crecimiento y consolidación emprendida hace ya algunos años. Vicent Ros, director del Palau de la Música, obtuvo su plaza en un concurso público al que se presentó con un proyecto llamado «Un Palau Obert».

Fue en 2016. Un lustro después, la principal sala sinfónica de València se ha convertido en un «Palau tancatísimo». ¿Hasta cuándo? ¡Qué cabreo!

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