Hace décadas que, por mi profesión y afición, vengo leyendo con atención ensayos sobre evolución humana. Nuestros orígenes, aunque sean arcaicos, nos interesan mucho porque somos profundamente curiosos e indagamos: queremos saber de dónde venimos. Resulta apasionante comprobar cómo cada diez años, más o menos, cambiamos de paradigma evolutivo en relación a nuestra especie.

Todos tenemos en nuestra mente esa viñeta lineal, que partiendo del chimpancé llega al hombre moderno. Sin embargo, es falsa, según los actuales conocimientos paleoantropológicos. Ahora mismo no solo es arbórea, sino profundamente enmarañada. Casi han pasado desapercibidos, al menos en nuestro país, dos descubrimientos que, de ser confirmados por la comunidad internacional, vienen a poner patas arriba, una vez más, la hasta ahora teoría «confirmada científicamente» acerca del origen de nuestra especie, es decir, de cada uno de nosotros.

En Palestina, se han hallado restos óseos de un humano primitivo que vivió hace 130.000 años en esa zona. Se ha bautizado como ‘homo Nesher-Ramla’, por el lugar de su localización. Son muy parecidos a otros arcaicos de mayor edad (400.000 años) de los que ya se tenía conocimiento. Se trata de un espécimen que convivió con ‘homo sapiens’; y que podría ser, a su vez, antecesor del ‘homo Neanderthalensis’ que, hasta ahora se creía exclusivamente europeo. Investigadores de Tel Aviv se inclinan a pensar que se trata de una especie que pudo aparearse con el ‘homo sapiens’ y explicaría, a su vez, porqué los neandertales tienen restos en su ADN de ‘homo sapiens’.

En otro lugar del norte de China, se ha estudiado un antiguo cráneo, casi completo, que estaba escondido, y que ha sido denominado también como otra especie de homo: ‘homo longi’ (largo, grande). Se trata, según los paleoantropólogos que lo han estudiado, de un varón que vivió hace 140.000 años y que era una criatura formidable, quizá emparentada con el homo denisoviensis, encontrado en Siberia hace unos pocos años. Los chinos lo han denominado ‘hombre dragón’, por sus rasgos tanto arcaicos como modernos, pero, en cualquier caso, de un ser fornido.

Si el lector ha llegado hasta aquí sin aburrirse antes, es para señalar dos aspectos. Uno, que cada descubrimiento nos abre nuevas incógnitas; y que no sabemos si alguna vez las vamos a resolver (en mi opinión, será muy difícil). La segunda es de Perogrullo, pero no tiene menos importancia: no se puede dar como probado lo que, cada diez años, cambia los presupuestos y hace girar el árbol genealógico humano un montón de grados y del que surgen nuevas ramas que lo diversifican más. Porque es de una gran complejidad. No hay que desanimarse, pero sí reconocer la penuria de nuestros conocimientos actuales; y la inflación de especies de homo, porque cada descubridor pretende que lo suyo sea «paradigmático» en la floresta de la vida humana. Y vete a saber.