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Alfons Garcia

Esta columna no tiene titular

Esta columna no tiene buen comienzo. Ni siquiera tiene titular. Borges decía que un relato se la juega en la primera frase, pero esta columna solo aspira a ser un pequeño trozo de vida. «Primera noche sin fiebre, familia, todo parece que va mejor. Si me mantengo dos o tres días así, podré irme a casa». Martín es el tipo de la familia que siempre ve la realidad desde un ángulo diferente. Quizá porque le ha pasado casi de todo. Es su manera de plantarse ante la vida, de no dejarse arrastrar y de encararse con ganas ante ella. Negacionista es como la gente conoce a gente como Martín. Por supuesto, no se ha vacunado. Ahora lo siente. Después de varios días de fiebre alta, varias noches en el hospital y un diagnóstico y un cuadro claro de covid, admite que fue un error. Por la tarde nuevo mensaje: se encuentra mal, cree que ha vuelto la fiebre, le van a hacer pruebas. El siguiente mensaje es de un médico: las radiografías han detectado una neumonía bilateral, le ponen oxígeno. Por la noche está en la UCI para evitar sorpresas. Consciente y lleno de miedo. Es una historia real hasta las lágrimas. Es una historia del 15 de julio de 2021, 500 días después de una pandemia que no ha acabado. Es la historia de muchos.

¿Pero Cuba es una dictadura?

Ver la televisión en la sala de espera de un hospital es como un viaje a Marte sin salir de la ciudad. Ni Jeff Bezos ni el pirado de Virgin conseguirán ver el mundo a tanta distancia. ¿Pero Cuba es una dictadura? Insiste. No es una democracia. Y no hay más respuesta. Si no hay elecciones libres no hay libertad de partidos ni libertad de expresión, hay dictadura, sin más. Pongamos después los matices que hagan falta. Precisemos que nunca hubo democracia en la isla, ni antes ni ahora. Pero que ni siquiera en esto seamos capaces de llegar a un mínimo consenso político demuestra la densidad de la enfermedad que nos corroe. En la sala huele tanto a hospital que es imposible cabrearse con una realidad que parece a años luz de aquí. Hemos venido a este mundo con anteojeras. Si fuéramos capaces de quitárnoslas solo unas horas sería una experiencia reveladora. Vemos Cuba y no vemos Dubai ni China. Vemos Hungría y no vemos Venezuela. Unos y otros. La realidad solo la entendemos desde unos principios ideológicos con los que hemos elegido construirnos. Hay momentos virtuosos en que somos capaces de aparcar prejuicios porque nos interesa como colectivo, porque todos ganan. Y hay momentos, como el actual, en que la ira se apodera del ambiente porque destruir parece más rentable que construir. Filosofía barata de sala de espera, piensa mientras apura la lata de Pepsi, con la cabeza fija ante el altar catódico. Comparece ahora el anciano cardenal en una misa con banderas cubanas y plegarias por la libertad en la isla. Seguro que la semana pasada rezó por los ataques a la libertad en Hungría y Polonia con banderas arcoiris y yo me lo perdí, mierda de vida, masculla entre dientes antes de aplastar la lata de un golpe certero.

Atardecer en la Antártida.

Le gusta la penúltima página del periódico, la de los comentarios meteorológicos. Le gusta especialmente el de hoy, de Gonzalo Aupí, porque no se ocupa del tiempo de aquí, que para eso basta con mirar por la ventana, sino de lo que pasa en la Antártida. Le gusta detectar las carambolas del azar. Son señales de que esta vida es una casualidad sin sentido. Sonríe porque hace diez minutos leía en otro periódico (se los ha traído todos del despacho a la sala de espera) un reportaje sobre la isla más remota del mundo. Tiene nombre portugués. No lo recuerda: Tristan de no-sé-qué. Está en la Antártida y no es lugar para vacaciones, porque no hay casi nada: unas cuantas casas, una fábrica de carne de langosta, una tienda para todo, dos iglesias, una protestante y una católica, y un cura que pasa una vez al año. No le vendría mal una temporada allí, piensa. Soledad y crudeza climática. Siempre quiso ser un amante del círculo polar. Se le irían los arranques de ira, los accesos de odio, anhela. Nos estaría bien a casi todos, se consuela, ver nuestro mundo desde miles de kilómetros de distancia, allí donde la vida cuesta. Comprobar nuestra insignificancia. Palparnos tan ridículos y arrogantes. Si el mundo tiene forma de pompa de jabón será por algo. El teléfono vibra sepultado entre papeles. Nuevo mensaje. De los médicos. Se toma unos segundos antes de abrirlo. Esta columna no tiene final.

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