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Tonino

A mí, lo demás no me gusta

Me sorprendió un vehemente comentario con el que un profesor, -para afirmar vaya usted a saber qué cuestión lingüística- concluía tajante: «Esto es así y todo lo demás es literatura».

El desprecio a la literatura, a la poesía, a la frase ‘complicada’, es muy común en este país nuestro donde la libertad es un animal mitológico. Aunque esto también nos permite abrir los ojos a algo de lo que no todo el mundo tiene conciencia: que no es evidente que en todas partes la libertad sea ni mucho menos lo que la gente desee con más fuerza. 

Mientras en muchos países existen monumentos que honran el sacrificio voluntario de sus héroes frente al totalitarismo a favor de una democracia universal, en España se vive tranquilamente sobre cualquier tipo de muerto casero. Y por esa paz avejentada, permitida porque calladito estás más guapo, porque vivan las cadenas y porque no hay nadie a quien podamos amar mejor que a un tirano bondadoso, estas cuestiones acaban con enfados mayúsculos por palabras dichas o, aún peor, calladas. 

Todo lo que se argumente fuera del sí o el no, de lo útil, es literatura porque la lengua no es reaccionaria ni progresista: es simplemente fascista. No se enfaden conmigo: lo dijo Roland Barthes en 1977.

La lengua nos obliga a decir cosas, afirmaba el filósofo. A repetir, porque son los estereotipos los que permiten la comunicación, y a afirmar, porque antes que la negación tiene que haber una afirmación. 

Para liberarnos de las leyes obligatorias del idioma, del sí o el no, solo nos queda la literatura. En ella no existe poder ni significado único. Permanece abierta a cualquier lectura e interpretación. La lengua es, por el contrario, ineludible. No podemos acceder a la realidad sin ella. La realidad del poder solo puede ser puesta en cuestión a través de una creación literaria que ponga en peligro sus cimientos más sólidos y escondidos.

La ausencia de figuras literarias españolas en este último cuarto de siglo revela el servilismo voluntario que envenena nuestra sociedad. Por cobardía, por interés o por costumbre, el pueblo español se somete feliz mientras pueda hacer sus trampas tradicionales. Aquí la corrupción de los gobernantes se ha combinado siempre con la corrupción de los gobernados. La libertad es el dinero, estar alineado con el poder de turno. Si hay que dar patadas en la cabeza o lecciones mientras no mira nadie, se dan para estar con el que gana. 

Nuestro orden se ha ido recomponiendo así a lo largo de los años de una forma perversa. Vivimos en una inmensa prisión piramidal donde cada uno somos el carcelero y el prisionero de los demás. Y como tampoco nos va tan mal, vamos cambiando de tirano de cuando en cuando para que nos dejen hacer lo de siempre.

Hace más de un siglo que el liberal vizconde de Tocqueville advirtió que una democracia minada por el individualismo puede convertirse en una nueva tiranía donde la gente cambia con gusto su libertad por una pizca más de libertad y de bienestar. Zas.

Por eso, antes de querer interpretar la libertad como la necesidad vital de Cuba, piensen que es el conformismo el que carece de ideología y por eso se aprecia tanto en países comunistas como capitalistas. La única manera de librarnos del servilismo es reconocerlo, incluso si lo tenemos como una garrapata en la espalda o puesto como un bigote debajo de nuestras narices. 

Eso sí, a darle nombres bonitos, a ignorarlo, a sufrir con optimismo o abnegación, a ver cómo nos sube la luz y componer una sinfonía de lavadoras a las siete de la mañana y reclamar nuestro derecho a la superficialidad y los privilegios, no nos gana ni la Mineko Iwasaki. 

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