Una ciudadana de Gandia, Diana Morant, ha sido nombrada ministra de Ciencia e Innovación. Un acontecimiento en la historia de la ciudad de los Borja y un motivo justificado para el orgullo de proximidad. Más aún, al constatarse que este ejemplo añade un nuevo tramo a ese hilo histórico y contemporáneo que, en la ciudad ducal, habla el lenguaje de las universidades, de la investigación, de la innovación empresarial. Un núcleo de creación de saberes que ha estimulado la difusión del conocimiento, por más que la debilidad de las inversiones locales no haya permitido aún el arranque de suficientes iniciativas empresariales.

La nueva ministra proviene de esa periferia mediterránea y valenciana que, en los últimos años, ha elevado su insistencia ante los poderes centrales del Estado, a los que podrá aportar, sin perturbar la imparcialidad que le corresponde, el conocimiento de la realidad que, por proximidad, le es más conocida. Pero no es esa la única periferia representada. Lleva consigo el testigo de quien ha conocido la administración pública desde abajo, como concejala y alcaldesa. Algo remarcable porque los ayuntamientos forman parte de las mejores factorías existentes para el aprendizaje del servicio público. Lo son al llevar el diálogo y el afán de entendimiento a pie de calle; lo son, porque obligan a trabajar tanto en evitar conflictos como en alumbrar nuevas realizaciones. Y, en el caso de Gandia, se añade que ha sido responsabilidad del gobierno municipal presidido por Diana Morant, sacar la hacienda municipal del estado comatoso en el que se encontraba en 2015.

Llegar al Gobierno central con ese bagaje constituye un acervo inestimable. Los ministerios son, en ocasiones, máquinas deshumanizadoras de los problemas. Éstos se vuelcan en informes, estadísticas y, en el peor de los casos, en argumentarios que pretenden dirigir la atención hacia otra parte o minimizar el alcance de la necesidad pública. Estar en un gobierno del Estado es ser presa potencial de gente que trabaja más pendiente de su interés que del bienestar general o la justicia de las decisiones públicas. Un ministerio puede ser, asimismo, un espacio por el que, junto al buen trabajo, discurren las miserias y dobleces que alimentan las aguas grises de la política capitalina.

Reconocer y reconocerse en la calle rompe muchos de esos vicios, aislacionistas y tóxicos. Un objetivo deseable ante la presencia de esa parte de España que frecuenta el ‘statu quo’ y la defensa numantina de muchos y muy diversos intereses creados. Una inclinación también presente en el ámbito científico y tecnológico, donde no resulta difícil hallar organizaciones, formales e informales, dirigidas al ejercicio del ‘lobbismo’. A veces, para orientar la asignación de los recursos públicos hacia disciplinas científicas o instituciones concretas. En otras ocasiones, para sostener regulaciones que beneficien, de forma particular, a ciertos colectivos. Es, en este punto, donde destaca la tercera periferia de la que procede la nueva ministra: la tejida por su alejamiento de intereses concretos. Forma parte de su fortaleza no arrastrar hipotecas relacionales, deudas que pagar o servidumbres profesionales que pudieran lesionar la rectitud de su criterio y la amplitud de su capacidad de reflexión.

A las anteriores periferias, Diana Morant añade la de su origen personal. Proviene, como ella ha manifestado varias veces, con justificado orgullo, de una familia trabajadora; y, en lo profesional, procede de la que es una de las ingenierías más difíciles. Una carrera que precisa de talento, sacrificio y trabajo: una de esas opciones que, como es su caso, enlazan con la cultura del esfuerzo y el uso de la educación pública como ascensor social. Origen trabajador y estudios que exigen gran fuerza de voluntad: periferias a las que se suma un trayecto universitario todavía poco transitado por las mujeres. También aquí, que una ingeniera gandiense llegue a ministra envía un mensaje potente a otras chicas que, aún hoy en día, rehúyen las ciencias y las tecnologías duras.

Circunvalando las anteriores periferias -cada una de ellas, no lo olvidemos, una barrera que la nueva ministra ha tenido que superar- se dibuja el trazo de una oportunidad: definitivamente, es tiempo de que los agentes del Sistema Valenciano de Innovación colaboren con la nueva ministra para que su acción conjunta fortalezca la débil posición que todavía ocupan la Comunitat y España en I+D+i.