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Alfons Garcia

Soñar despierto

Pere Maria Orts tenía un don: soñar despierto. Cuando estaba disgustado, podía desconectar y ponerse a pensar en proyectos de imposible realización pero que le hacían feliz. Lo cuenta en un libro (Mirades al passat, memòries del present) que por los 100 años de su nacimiento acaba de publicar Antoni Ferrando (editorial Afers y Acadèmia Valenciana de la Llengua). La parte más jugosa es la transcripción de una larga entrevista que el propio Ferrando le hizo en el otoño de 2004 y que el académico prohibió que se publicara antes de su muerte (2015). Por suerte, no es un don exclusivo: soñar despierto es una ventana segura contra la desesperación.

Orts es uno de los personajes más singulares que he conocido, un señor del pasado cobijado en estos tiempos que prefirió vivir alejado de la modernidad, en lo que esta significa de cambios veloces en la vida cotidiana. Muchos lo han contado: no tenía teléfono (no móvil, sino ese de casa que ya no usamos y adorna alguna mesa) ni por supuesto ordenador, así que te obligaba a ritmos inusuales. Si querías conocer su impresión sobre algo, tenías que presentarte en su casa en València, junto al mercado de Colón, llamar y esperar a ser atendido, algo que siempre sucedía si no había salido. Te recibía en una salita cercana a la puerta con las persianas totalmente bajadas, se sentaba y conversaba. Si adquiría confianza, te podía mostrar sus tapices históricos de los viejos reinos de Aragón, el orgullo de su corona.

Solía comentar con él de uno de esos temas olvidados que a él le encendía: el ducado de Valencia, un título nobiliario creado por Isabel II para el general Narváez en el siglo XIX que va contra toda lógica histórica al tratarse de una ciudad o un reino. Escribió a presidentes de la Generalitat y a ministros para extinguir o cambiar al menos el nombre de ese título, pero ahí sigue, vigente entre el olvido, que es lo más que podemos pedir. El libro ahora editado demuestra su erudición en nobleza, la cual se puede resumir en una conclusión que sigue definiendo nuestra manera de estar en el mundo: Valencia ha ofrecido más de lo que ha recibido del poder. El que dice poder, dice el centro. En el caso de la aristocracia, Orts afirmaba que existen numerosos señoríos valencianos a nombre de castellanos y que no hay valenciano que ostente un título castellano.

La entrevista tiene el valor de mostrar al ser humano más íntimo y desnudo (el que confiesa que nunca se casó porque la elegida era demasiado próxima por parentesco) junto con el hombre que estuvo cerca de algunos de los valencianos fundamentales de la segunda mitad del siglo XX, como Joan Fuster, Vicent Ventura o Eliseu Climent, de los que habla y opina sin cortapisa, para lo bueno y lo malo, con la ventaja que siempre ofrece el tiempo, algo difícil de evitar cuando se comenta la política del pasado. También opina de los presidentes Lerma, Zaplana y Camps (los conocidos hasta 2004), a los que zanja con un «tono gris» unificador. Deja ver asimismo las contradicciones de un conservador que se sintió más celebrado por quienes pensaban distinto a él y aparece el señor que bregó con políticos en muchas derrotas y alguna victoria (como que la Biblioteca Valenciana se instalara en San Miguel de los Reyes) y compuso una importante colección de arte pensando en llenar huecos de los museos valencianos con el objetivo final de donarla a la ciudad.

A Pere Maria Orts lo recuerdo con una media sonrisa eterna que entonces me parecía llena de escepticismo, pero que quizá es la marca de los que sueñan despiertos. La manera de exhibir que la realidad nunca los aplastará, que siempre podrán encontrar un rincón de ilusión en el mundo. Me gustaría decir ‘podremos’.

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