Cuentan que el héroe Orfeo era capaz de mover montañas y amansar a las fieras con la melodía de su música y su voz. Silenció a las sirenas, seres cuyo canto seducía (del latín ‘seducere’, llevar aparte) a los marineros; durmió a Cerbero, el enorme y horrible perro de tres cabezas que custodiaba las puertas del Inframundo, y doblegó incluso la voluntad de Hades, el mismísimo dios de los muertos, que accedió, tras sentir su musical lamento, a devolverle el espíritu de su amada recientemente fallecida. Pero su poder no residía solo en la música, sino también en el tono de voz y en los gestos: una voz aterciopelada y unos ademanes armoniosos que se oponían precisamente a los monstruos, que por su propia naturaleza parecían gruñir o rugir más que hablar. Con las personas —me atrevería a decir— pasa algo parecido.

Hay quien habla con dulzura y suavidad y acompaña sus palabras con gestos agradables, ondulantes, afables… y hay quien de normal parece agredir verbalmente y suele adornar sus apelaciones con adustos gestos que, si bien no producen rechazo en el oyente, al menos lo hacen ponerse en tensión, sobre aviso, como si esperara un ataque o amonestación verbal. Seguramente todos hemos conocido a alguien con una forma de hablar agresiva, que, incluso cuando te está preguntando la hora, parece estar enfadado. Un día le afeé la conducta a un amigo por la sequedad en sus afirmaciones y su respuesta fue: «Es mi forma de ser». Y, sin pensarlo dos veces, como si me imbuyera del carácter de mi interlocutor, le espeté un maleducado «pues deberías cambiarla». Cada persona moldea su carácter al tiempo y de la forma que estima, pero por eso mismo debe tener en cuenta que el oyente, dependiendo de su talante, puede recibir e interpretar sus palabras mejor o peor.

Son varios los verbos que se aplican a esa voluntad de cambio de carácter (a mejor, se entiende), desde el ya mencionado ‘moldear’, hasta ‘limar’ o ‘pulir’, metáforas que, extraídas de las artes plásticas, aluden a la eliminación de impurezas, deformidades o incorrecciones. Como curiosidad y por seguir con la metáfora plástica, uno de los términos para designar aquello que se elimina a golpes de martillo o de cincel es ‘escoria’, es decir, aquello que sobra, que no es necesario. Esta palabra ha pasado al castellano a través de la lengua latina y esta a su vez de la griega, lenguas en las que significaba excremento, acaso un significado más cercano al insulto que se usa coloquialmente hoy en día.

Nadie está libre de dejarse llevar por el momento o la situación y soltar una mala contestación o imponer una inadecuada —por agresiva— entonación a sus palabras. Ahora bien, en nuestra mano está reconocerlo y hacer propósito de enmienda, para así limar, pulir o moldear nuestro carácter y hacerlo más amable, afectuoso y atractivo a los demás. Y de este modo, quizá consigamos, como Orfeo, seducir a nuestros oyentes y conseguir una buena predisposición en ellos.