En España vivimos tiempos difíciles de comprender. Muchos queremos la concordia, pero no podemos entender por qué los beneficiados por gestos generosos (por ejemplo, los indultos) se mantienen impertérritos, afirmando su disconformidad y su firme decisión de volver a las andadas. A veces, pensamos: «será el teatro del mundo»; los beneficiados no pueden mostrar que están dispuestos a un diálogo en el que abdiquen de parte de sus posiciones, porque los radicales que los apoyan se les rebelarían; mostrarán algún acercamiento el día en que el gobierno les haya puesto tanto sobre la mesa, que les permita, aun siendo díscolos, mostrar un cierto acuerdo victorioso ante sus rígidos apoyos, aunque sea con la boca pequeña.

Si ese fuera el guion oculto de esta función, lo malo es que hay más implicados en el escenario y existe el público. La oposición, se opone de manera furibunda. El Gobierno se empecina y llega a tildar de vengativos y revanchistas a quienes simplemente defienden que se respete la ley porque no entienden que la maneje como plastilina para sacar en cada momento la figura que más pueda agradar a los que juegan con ella, cosa que también hace la oposición cuando puede. ¡A los demás nos la hacen respetar y aquí estamos, salvo algunos!

No son buenos tiempos porque se pone en crisis todo un sistema de convivencia. Lo aconsejable sería que dialogaran -no votaran- los catalanes independentistas y no independentistas acerca de cómo pueden/quieren estar en España. Les duela más o menos, ha sido y es la casa común de una gran diversidad de rasgos socio-culturales que la engrandecen. El gobierno podría ser mediador e interlocutor. Lo recorrido históricamente no puede borrarse de un plumazo, ni la tachadura beneficia a nadie. Estrechar fronteras va contra la lógica que se va imponiendo en el mundo de la globalización. No se puede ser progresista y poner a la vez fronteras cada vez más pequeñas, apoyadas en la vehemencia de sentimientos supremacistas que recuerdan a los peores momentos del siglo pasado en los que los nazis, tras afirmar su identidad, como buenos nacionalistas, aspiraron posteriormente a ser imperio. Porque la relación, primero nacionalismo, luego imperialismo, se da.

El resto de españoles, observadores, tenemos derecho a opinar porque nos afecta directamente. Todos somos fruto de una mezcla de orígenes que no recordamos ni conocemos, un mestizaje, que ha hecho posible una sociedad, en general, más tolerante que intolerante, pero que hoy está en crisis porque precisamente los intolerantes en todas las áreas son los que más gritan.

A pocos extrañaría que ahora que hay que repartir los dineros-ayuda de la Unión Europea, a los díscolos les llegara la luz de la comprensión y admitieran seguir, temporalmente y a mejor precio, en esta España dadivosa para quienes más la maltratan.

Los demás, lógicamente, nos podríamos rebelar. Por ello, quizás, si el gobierno quisiera serlo de todos los españoles y la oposición quisiera hacer algo más que hacerse ver, los debates actuales deberían orientarse hacia temas más sustantivos acerca de cómo podemos estar juntos, con justicia y equidad entre las comunidades autónomas. No estaría mal que aparcaran las disputas sobre los indultos (ya se han dado y habrá que vigilar su escrupuloso cumplimiento), y se centren en abrir, con todos, gobierno y oposición, un debate acerca de la funcionalidad real de las autonomías; analizar cómo gestionarlas para que no sean motivo para el crecimiento de las desigualdades y la ineficiencia e ineficacia más flagrantes en la toma de decisiones. Necesitamos debatir acerca de cómo encajar las autonomías de manera más positiva –¿más centralistas ‘vs.’ más federalistas?-, identificar los elementos a mejorar y cómo hacerlo.

La pandemia nos ha dado muchas oportunidades para aprender acerca de cómo no puede funcionar España. Y ¡cómo no! Hay que abrir con total transparencia el debate acerca de la financiación autonómica. No podemos seguir con un sistema en el que los que más bronca meten, al final se llevan el gato al agua. Eso, si se hace en una familia, enseguida se señala que los papás no están educando bien a sus hijos y que dejan ganar a los ‘hijos bordes’ frente a los que comprenden y cumplen con las normas familiares. Si en el plano de la microconvivencia es fácil de entender y reconocer el problema, no finjamos ignorancia y reconozcamos que en la macroconvivencia es lo mismo: no puede ser que sigamos, tras más de cuarenta años de democracia, beneficiando a los que más ruido meten. Quienes tienen el poder -gobierno y oposición- tienen que ser conscientes de que, si esto sigue así, todos los demás -a nuestro pesar y contra nuestras ideas y sentimientos- acabaremos reafirmando nuestra ‘emoción nacionalista’ o pidiendo la independencia. Eso lo vio claramente Isabel Díaz Ayuso y, sin llegar a afirmar un nacionalismo madrileño, reafirmó el orgullo de ser madrileño. Y ganó por goleada, obviamente.

Se recoge lo que se siembra y, de momento, las semillas que están utilizando gobierno y oposición, huelen a rancio ¡No les echen más abono, por favor! Y que ‘la república independiente de mi casa’ se quede en un gracioso anuncio y no ayude a crear una ‘Expaña de intolerantes’.