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Julio Monreal

EL NORAY

Julio Monreal

El impuesto Beatriz

Ximo Puig.

Después de muchos intentos fallidos, la llamada agenda valenciana ha logrado hacerse un hueco en la Arcadia feliz que gobierna con guante de seda la preclara lideresa madrileña Isabel Díaz Ayuso. Ni las protestas de los agricultores contra los miserables precios de los productos del campo, ni las manifestaciones de la plataforma valenciana «Per un Finançament Just» ni cuantas comparecencias públicas con causas más que justificadas han tomado las calles de la Villa y Corte han conseguido tanto eco como el que se ha granjeado el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, al dejar caer en un desayuno organizado por Europa Press que habría que crear un impuesto especial en Madrid para pagar lo mucho que le quita a las demás comunidades autónomas con el efecto aspiradora que le proporciona su capitalidad.

El presidente es muy capaz de haberse inventado lo del impuesto especial para sacar a los «madripredicadores» de su modorra laudatoria y a fe que lo ha conseguido. No hay más que echar una ojeada a los «boletines de la libertad» que se difunden en la capital y que una vez más, y especialmente en este caso, han dejado a un lado su etiqueta de «nacionales» para salir en tromba en defensa de los intereses «locales». El diario de inspiración monárquica ha dedicado a Puig un editorial y un artículo del director en los que le recuerdan al presidente todo lo que debe la Generalitat Valenciana y le dicen del mal que tiene que morir (políticamente hablando). No menos feroces han sido las dentelladas del económico de Unidad Editorial, para el que cualquier subida de impuestos es un crimen de lesa humanidad. Son solo dos ejemplos del extraordinario recorrido que ha tenido el envite del presidente valenciano en su comparecencia en Madrid, contestada duramente por el gobierno autonómico y por las patronales estatal y regional, quienes defienden el modelo fiscal de Díaz Ayuso e instan al jefe del Ejecutivo valenciano a imitarlo, a bajar impuestos en lugar de subirlos o crear nuevos. «Ladran luego cabalgamos», debió pensar Puig en su despacho mientras repasaba el resumen de prensa de las jornadas posteriores a su conferencia en el auditorio El Beatriz Madrid, con la mente puesta en que si algo escuece al rival es que está uno en el camino correcto.

La creación del impuesto especial para Madrid fue la novedad, la provocación, en medio de una nueva reivindicación del fin de la desigualdad financiera y del dumping fiscal y de una nueva organización del Estado, con la distribución espacial de sus activos. Lo resumía de forma brillante y contundente el profesor Andrés García Recheal referirse a todos los que jalean a diario «el gran dinamismo económico de Madrid»: «estoy seguro de que estarían dispuestos a desprenderse de las más de 400 instituciones, incluyendo la RAE, los más de 60 museos, incluyendo El Prado, las decenas de entidades y organizaciones culturales, los centenares de fundaciones, etc, todas ellas de propiedad estatal, que están allí, por el mero hecho de que es la capital. Y si a partir de ese momento, una vez distribuido el patrimonio, mantuvieran la misma ‘envidiable’ dinámina económica que hoy tienen, entonces sí podrían sermonearnos con toda la razón».

Pese al indudable éxito de público y crítica del presidente Puig en las tribunas de las Españas, la fama es efímera y hay que seguir trabajando, porque la reivindicación de una financiación autonómica justa para la Comunitat Valenciana se le está complicando al líder socialista valenciano. De un lado, el socio soberanista del Botànic aprieta el acelerador y reclama más firmeza del PSPV-PSOE ante Moncloa, tratando de convertir la infrafinanciación en un argumento (uno más) de su tarea de oposición desde el gobierno y de diferenciación entre Compromís y los del puño y la rosa. De otro lado, el renovado Partido Popular de Carlos Mazón también está dispuesto a poner a prueba la garganta de Puig frente a Madrid, acusándole una y otra vez de no reclamar con la suficiente energía, y sumándose, después de los vaivenes de Isabel Bonig, a la causa de un nuevo modelo de reparto del dinero del Estado para las comunidades quién sabe si como estrategia de desgaste o como compañero leal en favor de una causa justa. Solo una alianza con otras comunidades damnificadas, las gobierne quien las gobierne, como Baleares, Murcia, Andalucía... (Cataluña nunca entrará aunque se beneficie) podrá hacer mella en la gruesa muralla de la M-30.

En el PP valenciano están satisfechos y esperanzados tras el cambio de liderazgo. Han sido muchos años con la cabeza metida debajo del ala, y ahora el nuevo presidente ha logrado que miren al frente y se crean que tienen a su alcance la vuelta al poder que tuvieron con Zaplana, Olivas o Camps, ya que lo de Alberto Fabra fue administrar la nada en las peores condiciones políticas y económicas. Tienen encuestas, y les dan esperanzas, incluso de volver a ser primera fuerza política en la Comunitat Valenciana absorbiendo todo el voto de Ciudadanos y conviviendo con un Vox al alza hasta el empate técnico con el bloque de izquierdas.

En el lado progresista de la balanza, el sondeo de los populares sitúa a Unides Podem en las cercanías del 5 % del voto, el límite para obtener representación, y sus sueños se alimentan de una caída por debajo de ese umbral, consecuencia de la desaparición de Pablo Iglesias de la escena política y una lucha encarnizada entre las distintas sensibilidades de los morados valencianos. Sin Podemos, socialistas y soberanistas tendrían serios problemas para poner en marcha un Botànic 3 en 2023, y ese es el escenario con el que los conservadores salivan. Por eso, cualquier asunto se convertirá en instrumento de desgaste al Consell o a los gobiernos provinciales y municipales, por nimio que parezca. El fin de la pandemia y el resurgir económico, el desbloqueo de un nuevo modelo de financiación autonómica que alivie la presión de la deuda y permita servicios públicos de calidad, un presupuesto del Estado que haga justicia con el 10 % del peso valenciano en España y una gestión rápida y eficaz de los fondos europeos que lleguen son hoy las principales bazas de la izquierda para renovar mandato dentro de dos años.

Nada es para siempre, y en política menos

Ni siquiera sus fieles seguidores, compañeros de años en el desierto y en el oasis florido del mando en plaza, han logrado enterarse de los motivos últimos de la salida del Gobierno del que fue mano derecha de Pedro Sánchez, el diputado socialista por Valencia José Luis Ábalos. Algo personal, dicen unos; un propósito de renovación integral, apuntan otros; expiación de los fallos garrafales en la moción de censura de Murcia que arrastró a la debacle electoral de Madrid, aventuran los politólogos... Ya se sabrá, lo mismo que lo de Carmen Calvo, que ha pasado del todo a la nada en un abrir y cerrar de ojos presidenciales. Son relevos que, por sus modos, dicen más de quien toma la decisión que de los que salen, y que renuevan la necesidad de tener siempre en mente que nada es para siempre, y en política menos. Otro tono tiene la baja de Iván Redondo, jefe de gabinete del jefe del Ejecutivo. Cuando un asesor empieza a dejarse ver y a actuar públicamente como impulsor de medidas de su asesorado la relación entre ambos empieza a flaquear. Y más se tambalea cuando en los círculos bien informados empieza a correr la especie de que buena parte de lo que decide el titular se debe a su asistente. Ejemplos hay, como el del colaborador del que prescindió una alcaldesa de València que estuvo 24 años en el cargo cuando empezó a extenderse que era él, y no ella, quien llevaba la vara de mando. Parece que eso es lo que ha pasado entre Sánchez y Redondo. Y podría pasarle a Díaz Ayuso con M. A. Rodríguez. Hay quien decide rodearse de listos, aunque lo sean más que él, y quien no lo soporta.

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