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Estamos en pleno verano del año II de la era covid y los ánimos comienzan a alinearse con las noticias tópicas del momento estival. En esta temporada que avanza hacia la deseada renovación de los humores, además de las inevitables novedades sobre el control de la pandemia se esperaría, como sucedía décadas atrás, alguna nueva sobre la visión de ovnis, la visita recurrente del monstruo del lago Ness o, como nota inédita, ejemplos de la vida intelectual del presidente Trump que, para el caso, vendría a ser más sorprendente y refrescante. Sin embargo, en lugar de fantasías e inverosímiles fenómenos, he aquí que el notición es otro: de esos que disparan la adrenalina del redactor de guardia y le garantiza ocupar todo el espacio disponible del periódico en tiempos de sequía informativa.

Sí, Messi se ha marchado del Barcelona para aterrizar en París. Se rompe un idilio de décadas que ha proporcionado jugadas imborrables y, durante un pasado pero extenso tiempo, la mejor experiencia de fútbol de equipo que se ha contemplado en este país y fuera del mismo. La ruptura se ha proyectado como un genuino drama, ahíto de amores eternos desahuciados por traidores despechos finales. Todo un ‘reality show’ con la figura del héroe, modesto e ingenuo, la del villano último, la sombra del que le precedió, compañeros de banquillo en ‘shock’ pero encadenados a sus cuentas corrientes, opacos personajes asociados a costosísimos bufetes e intermediarios varios…

Ahora bien, basta pasar un modesto algodón y retirar la pátina impresa por esta gala de confusiones para encontrarse con realidades más prosaicas. Antes que nada, aquí también, como decía Quevedo, «poderoso caballero es don Dinero». Ese dinero es el que ha quebrado aquellas pasadas y ardientes pasiones. El mismo que, tiempo ha, sacudió la buena administración de los clubes españoles, víctimas crecientes de oscuras maniobras sociales y opacos aprovechamientos: de las arcas futbolísticas, de los inmuebles de los clubes y sus derechos de imagen y del precio de los jugadores. Todo ello transformado en danzantes de un continuado vals musicado por la especulación, las comisiones y los salarios obscenos. Una intriga continua a la búsqueda de paliativos para la ruina actual (y van…) que no desdeña inventos como la ‘non nata’ Super Liga animada por Laporta y defendida como creación propia por cierto caballero de color blanco y con semblanza de eterno opositor a lord inglés hasta que le publicaron el verbo soez y descalificatorio que practicaba en privado.

Lo más amargo de esta historia es que el espectáculo no ha concluido ni lo hará de momento. Estamos entrando de lleno en la ‘financiarización’ del fútbol. Del paso de clubes sociales a sociedades anónimas deportivas, vamos a trasladarnos ahora a la adquisición de éstas o de sus derechos económicos -publicidad, jugadores, solares-, por fondos de inversión y otros juguetes expertos en regatear y exprimir. Si en el primer cambio ya se produjo un alejamiento emocional de aficionados y clubes, lo que nos espera es la profundización de esa distancia y la correlativa ruptura de los vínculos territoriales entre el fútbol profesional y los entornos sociales que, tradicional y en ocasiones heroicamente, les han transmitido cariño, coraje y apoyo. Será una señal más de este género de globalización que convierte en espectáculo mundial todo lo monetizable y metamorfosea al aficionado de vena épica en un número que infla los estudios de mercado e hincha con su fidelidad las bolsas de los derechos de televisión, del ‘merchandising’ y de los bolsillos de intermediarios oportunistas, zánganos y vendedores de humo parapetados tras gabinetes de comunicación.

Por el contrario, mientras la tragedia culé se cocinaba prácticamente en directo, otra noticia desfilaba por los medios con mucho menor glamour: el fin de las Olimpiadas de Tokio. Poco se ha preguntado acerca del resultado que, salvo bravas excepciones, ha logrado la representación española. Un balance mediocre, a poco que se compare la presencia de España con la de otros países rezagados en demografía y músculo económico. Cerca de 30 años después de Barcelona 92, ¿en qué lugares habita la política deportiva? ¿Qué empuje se proporciona al deporte de base? ¿Qué ambiciones orientan al deporte de élite? Alguna respuesta podían merecer estas preguntas en un momento tan idóneo como el cierre de un ciclo olímpico, pero parece que los portavoces cualificados han preferido marcharse de vacaciones y, quién sabe, si aprovechar el momento para minimizar sus responsabilidades y cabildear a favor de la continuidad de sus contratos con federaciones y organismos administrativos. Ya se sabe: otra ración de statu quo y dos huevos duros.

Mientras, Messi ya está en París. Poco ha durado el duelo. El nuevo modelo de espectáculo avanza. ¿El deporte como parte de un ideal humano más pleno? Ahí está, aproximándose a la frontera del exilio. «Poderoso caballero es don Dinero».

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