Mi grito, tan desgarrado como intenso mi dolor, podría haber sido el suyo, amable lector, y esta podría haber sido su historia. El coche circulaba marcha atrás y me dejó tendido sobre el suelo del paso de peatones. Así comienza esta historia que aún no ha tenido su final.

El celador te recoge de la ambulancia y traslada al triaje; a partir de ese momento, uno de los días finales de junio, comencé a palpar la saturación hospitalaria; en cada espera se hace notar la congestión del sistema. Rápidamente percibes que los profesionales sufren esa limitación al igual que el paciente se hunde con la aproximación a la cura a golpe de espera y de pasillo.

En tu silla, y a la espera del estudio radiológico que se hace de desear, el dolor no cesa de pasar ante ti sobre una cama, una silla o una camilla. ¡Qué extraña situación! Se ha concedido toda la protección para los datos, pero se otorga una escasa privacidad a las personas.

En el entreacto del diagnóstico te cruzas con la última disposición de nuestra extraña organización sanitaria: tu hospital ha dejado de ser tu hospital, aunque tu historia clínica venga siendo atendida desde hace 20 años en ese hospital. Un golpe de sensatez del doctor que te ha venido atendiendo esa mañana evita tu traslado a otro hospital y un volver a iniciar el proceso; ha escuchado tu súplica para que allí se cierre el proceso y se proceda a la intervención. Por ello, una vez más, el Hospital Clínico tiene mi reconocimiento como lo tienen todas y cada de una de las personas que me atendieron, aunque faltaban manos para poder prestar la atención sanitaria al ritmo que el profesional y el paciente desearían. Debemos pensar y mucho en nuestras necesidades y exigir austeridad en la gestión política para poder cubrir las necesidades de salud.

La pretendida racionalización de arrancarte de un hospital que te ha atendido a lo largo de 20 años solo esconde precipitación en la toma de decisiones y una arbitrariedad desconsiderada por parte de la organización sanitaria con el paciente: ¿Cómo no considerar un hospital como ‘el mío’ cuando, al menos, me ha salvado la vida dos veces?

Pero cuando la historia me parecía encaminada hacia una solución, la burocracia imprime un cambio de rumbo y gana su batalla al paciente. La arbitrariedad hecha norma produce su efecto y se requiere un nuevo hospital para la rehabilitación necesaria, la espera de una nueva llamada que llega a los 14 días, la adscripción a una nueva doctora para dirigir y planificar la rehabilitación. Y una doctora a la que explico el accidente padecido, examina mi mano y a la que cuando pretendes mostrarla una pierna que sufre de importantes dolores, te replica: «Usted vino aquí por una mano. Si quiere que vea su pierna, vaya al médico de cabecera y él dirá si debo ser yo u otro especialista el que le mire». Y no te da ni opción a mostrar tu muslo.

Decidí callar e irme con mi dolor y sin una fecha precisa para mi rehabilitación por la saturación del sistema, pero con una nueva cita con esta doctora. Cita que no usaré, porque te urge conocer la razón de tu dolor surgido del mismo accidente que la rotura de tu muñeca y tu radio. Renuncio a ese nuevo proceso que me parece de locos, que demoraría aún más la cura y denuncio esa forma de entender las normas de la administración sanitaria que autoriza a cerrar los ojos ante la realidad. Al cerrar la puerta de la consulta, el dolor se ha convertido en una reconsideración indignada de cómo esta doctora entiende que debe servir al paciente y triturar la racionalidad técnica y moral. Y lamentas esa forma de servir, esa forma de ayudar y colaborar con el paciente. Pero no confías en el sistema para reclamar otro trato. Lo tendrás claro porque te urge un diagnóstico y cerrar el proceso del dolor.