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Charo Izquierdo

Las mujeres de la guerra

Qué cierto esto de que la historia se repite. Estos días, viendo y leyendo noticias sobre la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán y el triunfo del régimen talibán, con horror, con vergüenza, a veces con desesperación, he vuelto la mirada al pasado y me he retrotraído al mes de junio de 2010, cuando dirigía la revista 'Yo dona' y entregamos nuestros V Premios Internacionales. Decidimos conceder el Premio a la mejor Labor Humanitaria a una gran mujer afgana, seguramente la activista y política más relevante de su historia, Malalai Joya. Con varios intentos de atentados mortales, la realidad es que tenía mis dudas de que pudiera llegar a nuestro país para recoger el galardón. Cierro los ojos y me traslado a la pesadilla que fue lograrlo. Pero la ocasión lo merecía, y lo conseguimos.

Recuerdo que la mañana de la gala, que celebraba además la llegada del verano, desayuné con ella, con el fin de conocernos un poco y de no llegar a la cena a puerta fría. Me sorprendió su aspecto más juvenil que el de sus entonces 32 años y la dulzura de su tono y comportamiento, envuelta en acero de voz y mirada. Muy temprano, apareció con un traje de chaqueta y pantalón negro muy ejecutivo o muy de mujer dedicada a la política. En nuestros premios, ofrecíamos maquillaje y peluquería a las galardonadas, que ella rechazó. Lo entendí. No era la mujer famosa ni siquiera popular y su vida y lucha política la conectaban con una mayor austeridad que la nuestra. También le ofrecimos vestir uno de los trajes que los diseñadores españoles ponían a nuestra disposición para aquella noche. También lo rechazó. La verdad es que no se me ocurrió preguntarle cuál sería su vestimenta. Me habría parecido políticamente incorrecto.

Y así le pareció a la mayoría de los asistentes su indumentaria, especialmente a la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que no vestía de gala pero que consideró impropia la camiseta que la activista lucía, eso sí, con una falda larga. Más que la prenda, su mensaje: “No NATO”. Y más que eso, su discurso. Porque su 'speech' al recoger el galardón fue que era inaceptable cualquier intromisión de cualquier país, también de Estados Unidos y de la coalición de países OTAN. Tanto como la falta de libertad en el país, tanto como los atentados contra una vida común de las mujeres, tanto como la corrupción de los señores de la guerra, una denuncia que le había valido la expulsión del Parlamento afgano del que formaba parte, de manera que lo que parecía un triunfo social se había convertido en un atropello, la parlamentaria expulsada por hablar ejerciendo la libertad de opinión, claramente inexistente.

He pensado mucho en ella estos días. He recordado aquellas escenas y aquellas frases. He releído noticias y entrevistas, y pregunté a una de las colaboradoras de mi equipo entonces y hoy sobre todo amiga si sabía algo de Malalai. Mi querida Paka Díaz me hizo un resumen de declaraciones de la activista al diario británico The Independent. Por ella no había pasado el tiempo. Su discurso clarividente y sin subterfugios nos ha producido escalofríos, como nos los produjo hace once años. Sigue reclamando la libertad para los ciudadanos. Tanto como escuelas en cada ciudad, en cada pueblo, en cada barrio, escuelas con clases de literatura, con clases de informática. Tanto como una educación empoderadora de una sociedad que también en Afganistán vive en el siglo XXI, aunque los acontecimientos la condenen al medievo. Tanto como una población que no permita los extremismos y la barbarie talibán. Somos una generación de guerra impactada por la historia, dijo entonces. Vivía y vive en el país, guareciéndose de casa en casa, trabajando en la clandestinidad por la recuperación de las libertades, huyendo de posibles atentados que podrían acabar con su vida.

Paka me trasladó su temor a que Malalai Joya estuviera exponiéndose al peligro nuevamente. Y entonces yo recordé lo que más me había impresionado de su charla en aquella cena, casi entre susurros, como me hablaba, en medio del bullicio que suele coronar esos eventos. El uso del burka era su tabla de salvación, me dijo. Ella defendía y defiende la voluntariedad de ese velo que hace desaparecer la imagen femenina y que los talibanes imponen entre sus exigencias. Y sin embargo lo reivindicaba como la prenda que la liberaba en la medida que la igualaba. Era su escondite. Donde yo veía solo cárcel, ella veía defensa.

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