Ultimo domingo del verano. Siglo II del Covid. Los años, en esta época desmesurada, se miden por cientos. El daño se acumula en las espaldas de la gente, las encorva como a los personajes siniestros de las novelas góticas. Ya no existen las estaciones. Ni las tormentas y su lluvia estrambótica anunciando, con el Dúo Dinámico, que el final del verano estaba a la vuelta de la esquina. Ya no existe nada que no sea la venganza de una naturaleza maltratada por lo que, con demasiada pompa y rancio orgullo, llamamos humano. Ahora las canciones han sido sustituidas por los anuncios de El Corte Inglés para que las criaturas, como reos de una condena bíblica, carguen diariamente con unas maletuchas enormes y vayan a la escuela como si se fueran a vivir todo el año lejos de casa.

El lunes pasado recibí dos mensajes de wasap. Me los enviaba mi amigo del alma Voro Golfe. En uno me decía que se había muerto Miguel Blanes. La muerte en los veranos es una anacronía. Vivir, lo que se dice vivir, escribía Caballero Bonald, sólo se vive en los veranos. En Vilamarxant, el pueblo cerca de Gestalgar donde llegué con ocho años, siempre estuvo Miguel ayudando a mi padre en el horno de la replaça. Ahí vivirían y seguirían trabajando él y su familia casi hasta ahora mismo. Algunas de aquellas noches por allí andábamos mi hermano y yo aprendiendo un oficio que seguiría siendo el mío durante más de veinte años. La gente tenía claro en aquel tiempo su alimento principal: pan con lo que sea. Me dice Voro que se ha muerto Miguel y me viene a la cabeza siempre lo mismo: la muerte, digan lo que digan con palabras hermosas los poetas, es una mierda.

El segundo mensaje era una fotografía antigua. En blanco y negro, como todo lo de entonces. La vida a colorines falsos en las calles y negra como el gato de la mala suerte en el silencio triste de las casas. Me pregunta Voro si la tengo, si tengo esa vieja fotografía del Conjunto Los Taburos. La había encontrado en su facebook. No tengo facebook ni nada. Me contento con los wasaps. Miro la fotografía de Los Taburos, escrito el nombre con un acento que nunca pronunciamos. Conozco a sus músicos. Casi todo es ausencia. Ya no está Enrique, con su trompeta y no sé si a veces también con la guitarra, ni Manolo y Rafel Tomello, que le daban al saxo (mira que si me equivoco y escribo sexo) con la energía envidiable de sus veinte años. Hay en la imagen un acordeonista al que no conozco. O no lo recuerdo. Ha pasado demasiado tiempo para todo. Por aquí, con su noble edad a cuestas, aún siguen Ramón, amarrado con su parar tranquilo al enorme contrabajo, y Voro, a quien llaman el Claro sus paisanos y yo lo recuerdo sentado a la batería los domingos de baile en un patio interior que había en la carretera, al lado del bar la Rulla. Todos formaban parte de la banda de música del pueblo. Hace unos años escribí una novela titulada Todo lejos. Los protagonistas eran unos jóvenes antifranquistas detenidos en julio de 1971 y Los Taburos. La revolución y las canciones del verano en ese patio que en mi novela, desde la ficción, yo había convertido en la Terraza Tropical. Para acompañarme en la presentación del libro por algunos pueblos, unos amigos se juntaron en una nueva y magnífica versión de aquel conjunto musical. Fue una experiencia irrepetible y saben que siempre les estaré profundamente agradecido. En Madrid se vino con ellos y conmigo Luis Eduardo Aute y ahí está el vídeo en que salgo yo mismo cantando a dúo con él su canción que más me gusta: «Las cuatro y diez». Muchas veces el sentido del ridículo riñe a corazón abierto con la razón y el sentido común. Qué le vamos a hacer. También estuvo, casi como su última vez con la música, mi añorado Gaspi. La vida es, cada día más, una fotografía casi vacía que sólo podemos llenar con un pedazo inmenso de memoria agradecida.

Este último domingo del verano es el de esa memoria agradecida. Los noventa años de Miguel Blanes, a quien siempre llamaron Cupido y así se llamaría igualmente el horno cuando pasó de mi familia a la suya. Las tardes de verano con el Conjunto Los Taburos en una vieja fotografía que estaba llena de vida y hoy es un hermoso recuerdo en el blanco y negro de hace tantos años. Ahora hay que volver al tajo. Quien lo tenga, aunque sea en precario. Quien lo tenga.