La noche siempre resulta desafiante y las cosas que a la luz del día dan miedo, por la noche dan mucho más, porque la noche todo lo complica y la decisión que durante el día no posponemos, por la noche la dejamos encerrada y sorda, como si no tuviera latido, aunque sus gritos sean alaridos que nos impiden conciliar el sueño, que es lo único amable que tiene la noche en estos tiempos de pandemia y crisis. Y cuando inocentemente nos abandonamos al sueño, resulta que el sueño también nos traiciona y en forma de pesadilla nos invita a transitar por nuestra vida entre visiones sórdidas de cosas y personas que fuimos y que hemos preferido olvidar hasta que el sueño y su pesadilla nos recuerdan que son nuestra cárcel, de la que no podremos huir, porque conoce todos nuestros secretos, todas nuestras esquinas y todos nuestros dolores que hemos procesado fijándolos en nuestra mente, para que el sueño nos pueda torturar libremente y con nuestra bendición a través de pesadillas con rostros desfigurados y palabras que no son sino nuestra forma de saber que no puede reformarse el pasado, porque el pasado no es una habitación vieja o una casa abandonada, no, el pasado tiene todas las letras de nuestra vida y aunque a veces deseamos centrifugarla y colgarla en el tendedero para que se airee y se seque y deje de doler, no lo conseguimos porque cuando llega la noche y su pesadilla acabamos despertando con las manos limpiando nuestras lágrimas y el corazón encogido por si acaso esa pesadilla fuera real y otra vez tuviéramos que transitar por esa calle de olvido y desaire.

Sé que en ocasiones preferimos no cerrar los ojos e hilvanamos recuerdo tras recuerdo sin dejar que el sueño y la pesadilla nos posean, porque sabemos que si lo hacen volverán las horas feas sin despedida, los ruidos feroces de las bombas, el agua cubriendo nuestro cuerpo o la casa sin ventanas donde nadie habita sino la muerte.

Hay quien dice que jamás ha sentido una pesadilla y lo dice con sus sesenta o setenta años y con los ojos cargados de lágrimas que su tiempo ha evaporado entre los poros de todas sus mentiras, porque recordar es maligno y bello a la vez y conforme más olvidamos menos vivimos y cuanto más recordamos más nos apasiona la vida, hasta esa que se vuelve pesadilla noche tras noche y ante la que desplegamos toda nuestra artillería para que no nos asedie más y finalmente vencerla como se vence a la soledad cuando uno descubre que no le da miedo mirarse al espejo de todos sus fracasos, que son ese lugar al que el sueño no puede engañar.