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alberto soldado

VA DE BO

Alberto Soldado

La cultura del descarte

No sé si tendrá poca o mucha repercusión, pero la entrevista al papa Francisco, el de las periferias, el que llegó desde muy lejos, el que usaba el transporte público siendo obispo de Buenos Aires, el que se formó en el espíritu jesuítico, siempre en la frontera desde los tiempos del padre Arrupe, nos ha permitido escuchar verdades incómodas para una sociedad indiferente a cualquier cuestión que pueda alterar lo que ahora se denomina zona de confort. Vivimos con una individualidad tan acusada que poco nos importa todo lo que sea ajeno a uno mismo. Francisco reniega de las ideologías en tanto se convierten en paquetes cerrados que has de comprar quieras o no, sin poder cambiar el contenido que no te convence.

El papa que llegó con una maleta al Vaticano y que no quiere volverse loco en sus aposentos, el que persigue con decisión toda corrupción interna y abre los ojos a las nuevas realidades sociales, habla del triunfo actual de la «cultura del descarte». La expresión no puede ser más acertada para calificar los tiempos actuales. Desde el descarte de un vaso de plástico que contaminará la obra de la naturaleza creada hasta el descarte del propio ser humano. Son descartables aquellos que no son productivos. Los viejos son descartables; son descartables aquellos no nacidos que suponen salir de nuestra zona de confort… Y se pregunta el papa si es justo que paguen los seres más inocentes como los no nacidos o los ancianos las necesidades del control demográfico que, de manera sutil, envuelta en papel de regalo, nos sirven los grandes poderes.

Fabricamos productos con fecha de caducidad. No descartemos poner fecha de vencimiento a nuestra propia vida. En el papel de regalo pondrán el sello de progresista y en el paquete te colocarán, todos juntos, la justicia social, el respeto a la identidad sexual, la redistribución de la riqueza, una política de igualdad y no discriminación y de manera taimada la venta de la eugenesia, que es tan progresista que ya la practicaban los espartanos y que llegó acompañada de apoyos científicos en países desarrollados a principios del siglo XX hasta culminar con el holocausto de la Alemania nazi. Una vez sellado con el calificativo de progresista toda reflexión que se aparte de esa política del descarte será calificada de reaccionaria. Estigmatizada.

Contaba Heródoto que los tracios celebraban la muerte con grandes fiestas y que cada nacimiento era motivo de lloros generalizados. Cuatrocientos años antes de Cristo, el valor de la vida era así de alto. Los sacrificios humanos eran comunes en las culturas precristianas. Los practicaban los celtíberos, los practicaron pueblos escandinavos, mayas, aztecas, egipcios, incas, también griegos… y nazis. Todos, de una manera u otra, argumentados por aquello de mantener el orden del mundo. Como se levantan vedas para jabalíes, conejos o lobos. Razones de equilibrio.

Resulta contradictorio defender la defensa del equilibrio ecológico del planeta y la indiferencia hacia las políticas que persiguen el descarte de humanos que lo pueblan. Por eso la voz de los que claman en defensa de la vida procura ser silenciada y llegado el caso, señalada como contraria a la libertad. Hemos conseguido invertir la pirámide población sin medir las consecuencias que en el orden económico, social e incluso moral conlleva.

Hemos consolidado con toda normalidad y hasta con aplausos entusiastas la cultura del descarte, que dice Francisco, ese cura de pueblo que clama como voz en el desierto.

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