Veinte años ya de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York. Seguidos más tarde, por los de Madrid, el 11 de marzo de 2004, y los de Londres el 7 de julio de 2005. Y oímos de uno de los portavoces islamistas la justificación de la sentencia de muerte debida por contravenir los principios que, según ellos, deben regir la sociedad islámica.

Veinte años en este siglo XXI, que suponen el enfrentamiento del mundo occidental capitalista con el terrorismo islamista, que se inicia por los atentados de Nueva York y prosigue con la búsqueda y muerte de Osama ben Laden en Pakistán, con la guerra de Afganistán y también con la segunda invasión de Irak o la guerra de Siria, y llega hasta el abandono reciente de Afganistán, tras el acuerdo de Estados Unidos con los talibanes. La celebrada novela ‘Cometas en el cielo’, del estadounidense de origen afgano Khaled Hoseini, ya anticipaba, en 2003, la situación en su país de origen.

Tras los atentados de Nueva York, Tahar ben Jelloum, educado en Fez, Marruecos, ganador del Global Tolerance Award, entregado por Kofi Annan, secretario general entonces de Naciones Unidas, trató de profundizar en el tema religioso con ‘El islam explicado a nuestros hijos’, que recogimos, por aquellas fechas, en estas mismas páginas de Levante-EMV. Unos años más tarde, tras los atentados de Madrid y Londres, publicó ‘No entiendo el mundo árabe’, incapaz de comprender las actuaciones terroristas al amparo de convicciones religiosas, sin excluir la responsabilidad de los Gobiernos occidentales en la causa del mundo árabe. 

Su tesis central consiste en que el dilema no está entre democracia occidental y autocracia islamista, sino entre democracia y teocracia, pues en Occidente no se toma en consideración que, en el islam, es el Corán, el libro revelado por Dios, el que determina los comportamientos, y cualquier otra disposición queda postergada, en su peculiar interpretación, a la ley coránica.

Cien años más tarde de que Oswald Spengler lo apuntara en ‘La decadencia de Occidente’ (1922), las democracias occidentales se encuentran incapaces de justificar su intervención ante las teocracias islamistas. Siendo dramática la situación de Afganistán, la de Siria, con alrededor de 400.000 muertos y 6 millones de desplazados internos y otros tantos externos, no resulta menos dramática, por no extendernos en otros graves efectos, todavía pendientes, de la descolonización arábiga por las potencias occidentales.

Pankaj Mishra, ensayista angloindio conocedor en profundidad del problema apunta, en la misma línea que Ben Jelloum, que se trata de la incapacidad occidental para poder comprender otras realidades. La situación en el siglo XXI ha dejado de ser la de los imperialismos colonizadores del XIX. El abandono occidental de Afganistán, entre otros acontecimientos recientes, viene así a acreditarlo. «La resistencia acaba de comenzar», tuiteaba hace unos días, Bernard-Henri Lévy. Acaso las democracias occidentales queden en su lugar cuando reconozcan intervenciones suyas que resulta imposible justificar y cuyas consecuencias resulta pertinente cuestionar.