“Quijote de la desesperación” es como designa Fernando Aramburu a Toni el protagonista de Los vencejos, su última novela. “Un gran disimulador” fiel reflejo de la condición humana cuando es depredadora o superviviente ¿Quién no disimula hoy en día, más aún, en países de perfil tórrido donde aparentar es útil para trepar? Confesaba Alfonso Ussía en Tratado de las Buenas maneras II que “el Rey ha metido a los españoles en los problemas del esquí alpino, que es el que se practica aunque uno se deslice por los Pirineos, el sistema Central o los Dolomitas. El esquí alpino, o lo que es igual, el esquí de los Alpes, se practica de forma similar en los Alpes que en Sierra Nevada, lo que ya es una contradicción de principio”. Aparentar, disimular, engañar, disfrazar, ¡mentir!

En un repleto Paraninfo del Centro Cultural La Nau, guardando distancia salubre, el exitoso autor donostiarra estuvo acompañado por la escritora valenciana, ganadora del premio Tusquets dos mil veinte, Bárbara Blasco y Cristina García responsable del aula de Literatura de la Universitat de València.

“La sociedad lo ha educado para la violencia” apunta de su hombre inventado Aramburu, recalcando el hecho de que esta violencia es la formación que reciben niños y niñas. Martin Luther King activista proderechos de las personas afroestadounidenses declaró abiertamente que “La violencia como método para alcanzar la justicia racial (o cualquier otra) no resulta práctica y es inmoral. La vieja ley de ojo por ojo termina dejando ciegos a todos. Es inmoral porque persigue humillar al adversario en lugar de ganar su comprensión, busca aniquilar en lugar de convertir, prospera con el odio y no con el amor, resulta un monólogo en lugar de un diálogo. La violencia acaba por derrotarse a sí misma”. ¿Por qué esa exaltación de la violencia, sea del signo político que sea, se ha convertido en el conveniente tóxico para soliviantar a la población y sus diferentes estratos?

“Soy de izquierdas” confiesa el triunfante autodidacta literario “a mí nadie me enseñó a escribir novelas”. En sus inicios se autodefinía como “un escritor conocidito” hasta la llegada del bombazo de Patria la novela que saldría al mercado a lo grande, con veinte mil ejemplares que le reportaron ganancias suficientes como para, a renglón seguido, tener todo el día para escribir. “Vino la pandemia y me encerré en casa”. ¿Cuántas personas pueden vivir con solvencia de la literatura, escribiendo, fotografiando o ilustrando con su diez por ciento de ganancia sobre el precio de venta a público de cada ejemplar? ¿Qué agente literario solvente apoyará un proyecto firmado por alguien desconocido? ¿Se aúpa la literatura o el márquetin? ¿Por qué lo más relevante del pastel crematístico se lo lleva la distribución? ¿Logística para dominar el mercado de la cultura y la información?

Blasco comenta que Aramburu “le daba bastante al anarquismo” en su juventud. “El franquismo cumplió su ciclo histórico hasta el final” declara .el conferenciante. ¿Cumplió o cumple? Porque ¿qué mejor herramienta que aquella que sirvió para imponer el poder dictatorial cuando se ocultan manejos oscuros? “Patachula” es otro de los intervinientes en el relato de casi setecientas páginas. Un miembro de la clase obrera que vota a la ultraderecha por disconformidad con el tema de Cataluña. ¿Cuántas personas habrán votado en las últimas elecciones con la rabia como mentora? En política como en literatura “el lector te lo acepta todo siempre que luego uno sea consciente con lo que ha afirmado”. Pero hemerotecas y videotecas desnudan en un plisplás a cualquier charlista de mensajes huecos por muchas horas de guardia en garitas infames o intrigante que sea.

“Soy el hombre que soy con la ayuda de los libros, yo no tenía libros de niño, los libros nos procuran palabras, son las ventanas a las vidas ajenas”, utensilio idóneo para la comunicación y admite a las claras que: “No rechazo los libros tediosos”.

“¿En qué se parece el tiempo de las novelas y el tiempo de la vida?”, preguntaba la precisa escritora contertulia. Ramón Gómez de la Serna (Ramón a secas), escritor madrileño de familia acomodada expone en Greguerías en el Diario Póstumo, publicada en los años setenta: “El tiempo ya no es oro, es pan, sólo pan”.

“La palabra nos hace sentir bien…de hecho, la palabra es un gran ideal. Pero es con este ideal que las arañas tejen para nosotros sus telas más peligrosas”, apuntaba la novelista y cuentista estadounidense Lula Carson McCullers en su libro El corazón es un cazador solitario. ¿Cuántas manipulaciones se vienen realizando mediante palabras como inmigración? ¿Acaso no era inmigrante Superman? Cuidado con las palabras que enrabian y esas otras que obcecan mentes adolescentes. “Volvemos a toda aquella época de superación de tabúes, replegándonos a una época donde te llevan a juicio y todos se sientes ofendidos, la sociedad de nuevo vuelve a tener líneas rojas” y mientras “todos esos millones (de euros) que reciben los partidos ¿de dónde salen?”, cuestiona el autor.

Aramburu gusta de la poesía y de forma perenne tiene un libro de poesía en la mesilla de su cuarto, asimismo, mensualmente, lee un par de ejemplares de la colección Austral sobre cualquier temática.

“Lo que realmente cuenta es el resultado, yo diseño las novelas”. ¿Acaso cierto diseño calculado no se viene implementado, también, en otros contextos para la consecución de preconcebidos resultados generales o locales? Aramburu sabe que el abuso de una terminología peculiar es peligroso, “si uno exagera la novela es un coñazo, nada de grasa retórica”. ¿Por qué no se aplican esta norma quienes guionizan y comunican el día a día de España? ¿Por qué la ley del silencio sigue y seguirá amortajando muchas atrocidades de ayer y de hoy?

Louis Althusser filósofo francés publicaba al respecto: “El silencio sobre el error es la persistencia posible o deliberada en el error. Cuando se calla de modo duradero sobre él, quiere decir que continúa, que se calla para que continúe (…) En razón de las ventajas políticas que procura su duración”.