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A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Extraña estabilidad

Algo no va bien en una democracia si expulsa a los virtuosos. Ángel Gabilondo se ha vengado exhibiéndose. Sin atacar a nadie. Sin una palabra más alta que la otra. Simplemente dejando ver a un tipo juicioso, que rehúye el mal y no quiere enemigos. Un hombre tranquilo al que lo vieron tan raro que le colgaron la etiqueta de soso. Uno llega al final de la entrevista (El País, 19 de septiembre) y le queda mal cuerpo al ver un tipo así desplazado de la primera línea. No es cuestión de ideologías. Está el ejemplo en el otro lado (y con otras características) de Borja Semper. Uno tiene la sensación leyendo a Gabilondo de que la política ha perdido más que él. Él no habla de culpas, habla de corresponsabilidad. Una parte de ella es de los votantes, o del entorno creado entre todos, si prefieren diluir la conciencia, porque favorece al carismático (carismática, en este caso), telegénico y con ardor guerrero. La parte de responsabilidad de Gabilondo es haber aceptado el puesto después de haber visto que liderar la oposición sin alma de líder y sin un átomo de espíritu guerrillero solo lleva al ostracismo.

Gabilondo dice que cultiva la estabilidad, alejarse de euforias y tragedias. Seguro que no piensa en esta extraña estabilidad valenciana del Botànic que se predica en los discursos pero no se ejerce salvo en los momentos determinantes. Que se lo preguntaran ayer a Ximo Puig. Ahora que consigue situar la agenda valenciana (financiación y avance federal) en la primera página española, llegan los socios, sus propios aliados de gobierno, y torpedean el día de gloria. Eso sí es espíritu guerrillero. Mientras el president comparecía junto a su homólogo andaluz en una cumbre que, por fin, era objeto de atención de los grandes medios de comunicación españoles, Compromís y Podem se aliaban por su cuenta para rescatar el debate de la tasa turística, que los enfrenta con los socialistas. Y por si fuera poco, los de Mónica Oltra emitían un comunicado cuestionando la gestión de otra consellera por el PSPV (Gabriela Bravo) con los instructores de policía. En política existen las casualidades, pero no suele pasar. La pregunta es quién sale beneficiado de este contexto de enfrentamiento, porque lo de ayer es el último hito en esta estabilidad crispada que practica el Botànic II.

Es verdad que no ha habido rupturas en votaciones en Corts, que cada año los presupuestos han sido aprobados en tiempo y forma, que en otros territorios están peor (véase Cataluña). Pero a estas alturas se antoja indiscutible que algo ha cambiado en el Botànic II. Los partidos de la coalición de gobierno que no progresaron en las últimas elecciones han optado en esta legislatura (legítimamente) por un camino que da más valor a marcar posiciones propias y a discrepar que al desgaste que ello pueda suponer. El resultado de esta línea se verá en las urnas. Cuando sea. La última expresión vuelve a ser el presupuesto de la Generalitat. La clave de bóveda de este desencuentro es la voluntad de los socios más a la izquierda de romper el dogma de que las cuentas deben ajustarse a unos techos de gasto y déficit. Luego ya vendrá quién se queda más en el reparto. ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar Oltra? Mi impresión es que saltarse los plazos regulados determinará el porvenir, marcará el camino para que estos presupuestos sean los últimos que se negocian en el Botànic II. Y después vendrá la euforia o la tragedia.

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