Ya se ha producido la vuelta al cole y los anuncios de la lotería de Navidad y los últimos calores nos restituyen a la rutina que tan poco supimos valorar hasta que la pandemia dió al traste con nuestros hábitos. Todos hemos disfrutado de unos días de vacaciones, bien porque cambiamos de paisaje o lo hicieron los parientes o allegados que dan la murga durante el resto del año, y solazados en cualquier lugar viajamos con la memoria a nuestro reciente pasado.

Varias cosas persisten en la memoria: el grato recuerdo de la gente que durante interminables horas laborables velaba por nuestra salud y superviviencia. Si lo hacían en cumplimiento de su deber, por la forma de ejercerlo. En otro caso, por su generosidad desinteresada. Francamente, la ciudadanía fuimos un ejemplo con cohesión. Con excepciones.

Quisiera que alguien me diera las razones de por qué un bondadoso padre de familia se convierte en energúmeno si cometes, o cree que lo has cometido, cualquier error cuando te cruzas con su vehículo. Y por qué esos rostros amables de las campañas electorales se ponen o se quitan la careta cuando entran en la política hasta el punto de que a sus votantes nos cuesta reconocerlos; pues así es que ellos no estuvieron a la altura de las circunstancias y aprovecharon la tragedia para buscar su momento de gloria a costa de nuestros muertos y en pro de sus saraos y botellones.

La lucha encarnizada de algunos partidos contra el Gobierno nos llevó al extremo de pensar que el Covid.-19 hubiera escapado de la cocina del presidente Sánchez que en un ensayo culinario hubiera alterado los ingredientes de alguna receta de Arguiñano. Soportamos a los de siempre, los voceras de la Izquierda o la Derecha, que ambas son plurales, con la bandera de todos a modo de chal tras el estandarte folklorico de la «Dama con Escoba» y a los otros con la republicana que late dignamente en muchos corazones y, al menos por ahora una simple esperanza, por oposición a quienes se han apropiado de la legítima.

Se judicializó la acción del Gobierno de la Nación y los Tribunales empezaron su escalada de contradicciones: las medidas restrictivas adoptadas por el Gobierno eran apropiadas, pero no así su calificación jurídica, y lo procedente en unas Autonomías no lo era en otras. A los hechos y fundamentos de Derecho se añadieron apreciaciones personales y con ellos el factor sorpresa que amenizaba la lectura de las Sentencias.

Cuando la pandemia ya no abre los telediarios se ha borrado la sonrisa condescendiente que mantuvimos y despierta nuestra conciencia ciudadana. Es cierto que las cosas cambiarán después de la pandemia; no puede ser de otra forma porque la evolución social implica que aquella modélica Transición que permitió la Constitución de 1978 continúe en otra permanente cuya gestión debería quedar en manos de personas que, como aquellos que participaron en la elaboración del texto Constitucional, fueran capaces de superar criterios partidistas y personales en pro del bien común. Seguimos teniéndolos, pero no sabemos elegirlos; ni cuando, como decía Ortega y Gasset, se extraen de las «oscuridades de los Partidos» ni cuando los votamos en las urnas.

La cuestión no es baladí porque a veces la actitud de un solo individuo puede cambiar el mapa político, como ha ocurrido desde que el señor Rivera, que nos hizo creer en un partido central y moderado, antepuso el cante a la supervivencia de Ciudadanos y sus militantes andan sedientos de ser acogidos por los grupos de la Derecha.

Pablo Iglesias, que tantas expectativas había creado, fue víctima de la fe ciega en su propia imagen. Ha vuelto a su sitio, al púlpito de los micrófonos demostrando ser un orador nato aunque, habiendo demostrado ser un político de salón, ya no despierta el mismo entusiasmo.

Esperanza Aguirre apoyó la elección de Pablo Casado y se convirtió en la acreedora que hoy pasa factura espoleando a Isabel Díaz para copar el PP madrileño frente a su preferido, el alcalde Almeida. Y no duda en regalarle el sonrojo a su jefe de filas recordándole la financiación del partido condenada por los Tribunales que, según ella decía, no había existido. La gente aplaude los aciertos, entiende los errores y condena estupideces.

Pongamos como muestra la renovación del Poder Judicial confrontando dos posiciones: La designación política o la nominación por los propios jueces. Cunden los ejemplos de la intervención de las Instituciones Públicas en sus nombramientos, desde EE.UU., Francia, Alemania, y un largo etcétera demostrativo de que se trata de una opción y no una aberración. Lo urgente es renovar y salir de la crsis, que tiempo habrá para debatir el cambio legislativo. O la ampliación del aeropuerto del Prat sin el cierre de los acuerdos previos evitando que un supuesto beneficio estructural se convierta en el caballo de batalla que el Gobierno de la Nación ha devuelto al pesebre. O la reclamación andaluza de una mesa de diálogo como Catalunya ¿Para qué? O nuestra vicepresidenta, señora Oltra, líder de un partido tan mínimo como el resto de sus aliados de cuya unión llegó a porcentaje para tener representación parlamentari y olvidando quién es y de dónde viene, incluso sus muchas virtudes que tan bien conozco, ha revelado un defecto imperdonable; la deslealtad hacia el presidente Puig y el conseller Soler. Con los ojos puestos en Madrid, que da toda suerte de facilidades administrativas para las nuevas industrias Ximo Puig exige igualdad de condiciones para el progreso económico; no ha de conseguirlo mientras sus socios de Gobierno obstaculicen e incluso impidan toda suerte de inversiones. El conseller Soler, a quien corresponde legalmente la elaboración del Presupesto, será sustituido por una «comisión política». No entiendo cómo se permite lo que, además de inoportuno, es una ilicitud.

El Pacto de Botànic tuvo que ser y se pudo mantener toda la legislatura, como fervientemente desea Ximo Puig. Pero el coste es tan excesivo que habrá que replanteárselo. Esto no es un juego, señores.