Hete aquí una relajante tarde de verano. Repentinamente, en casa, comienza a manar agua de una pared. Súbitamente todo cambia. Mantengo la calma y llamo al Seguro. Me sale un contestador con múltiples opciones. Marco el número correspondiente, una voz grabada me dice que en estos momentos todos los agentes están ocupados, manténgase a la espera. Mientras espero oigo de fondo una música horrorosa. Finalmente alguien me contesta. Por motivos de seguridad la conversación será grabada. Hoy día todo se graba, deben tener unos estudios repletos de conversaciones inocuas. Doy mis datos, explico lo sucedido y me indican que la próxima semana vendrán. Educadamente me quejo, explico que de la pared chorrea agua y se está produciendo un charco. Lo del charco cambia la perspectiva, me informan que pasarán el aviso y que en menos de tres horas un profesional se presentará en el domicilio.

Llega el experto. Le enseño la pared de donde brota el agua. Quiere ver otros puntos de la casa por donde van tuberías. Comienza a hacer fotos del suelo del pasillo, de un baño, de otro baño, incluso del despacho. Me tranquiliza diciendo que no hace fotos de detalles personales. Me comenta que las envía a su jefe para ponerlas en un programa y que se hagan una idea de la instalación. Le animo a que pique en el cuarto de donde sale el agua, pues hay un falso tabique y por detrás pasan muchas tuberías. Pica y realiza un agujero. Espera noticias de su jefe para ver qué hacer. Meto la mano en el agujero realizado y con la yema de mi dedo doy con el maldito orificio de donde sale el agua disparada. Ante mi asombro el profesional me indica que su jefe le ordena retirarse y que la próxima semana vendrán otros expertos con un aparato que detecta fugas. Le insisto, amablemente, que la tenemos detectada. Me dice, cordialmente, que su jefe le indica retirada y que él es un mandado. Me sugiere que vuelva a llamar al Seguro.

De nuevo llamo al Seguro. El mismo ritual: los números, la musiquita y por fin alguien me atiende. Informo de lo sucedido. Me confirman que la próxima semana un equipo de profesionales se personará en mi domicilio con un localizador de fugas. Nervioso les indico que la fuga está detectada. Me apuntan que el experto no la ha localizado. Les digo que yo la he detectado. Me dicen que yo no soy experto. La situación es kafkiana, parece una escena de teatro del absurdo de Samuel Beckett. Insisto en que no me pueden dejar así y les recuerdo que la conversación se está grabando. Me quejo amargamente y me dicen que me van a poner con los profesionales. Mientras oigo la música espantosa intento en vano explicar lo sucedido a mi mujer. Después de más de diez minutos hablo con el jefe del experto. Me informa que la próxima semana acudirán con un equipo que detecta fugas. Le digo que está localizada, yo mismo, mientras hablo con él, toco la tubería de donde sale el chorro a presión. Me vuelven a decir que no soy experto. Les digo que tengo sentido común. Mi mujer coge el teléfono, les insiste y les exige que vengan a arreglar la tubería; convence a los profesionales para que vuelvan. Cae la tarde, el experto que realizó el reportaje fotográfico de mi casa vuelve. Lo recibo con recelo. Me indica que tiene orden de actuar. Le digo dónde está la fuga. Hace una comprobación y sonriente me indica que sí. En diez minutos la fuga está reparada. Vuelve a realizar fotos y se marcha.

Tarde de viernes perdida, estoy desgastado psicológicamente. Me entran ganas de releer a Larra. El lunes siguiente me llaman de una fontanería para que un grupo de expertos detecte la fuga. No me lo puedo creer.