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alberto soldado

VA DE BO

Alberto Soldado

El culto a la pobreza

Un niño, ante un televisor. ARCHIVO

Miro al niño de ocho años frente al televisor con el mando a distancia en la mano. Busca entre un montón de posibilidades de series infantiles de dibujos. Tiene tanto donde elegir que no se decide y el plato de comida se enfría, con el correspondiente enfado de la abuela. Ya se sabe, los padres trabajan, los dos, para que no falte aquello que hace que sus hijos no se sientan diferentes.

Uno recuerda cuándo entró el televisor en una casa y en un tiempo en el cual la mayoría del pueblo no disponía de cuarto de baño. Sólo había una o dos series de dibujos en blanco y negro. Y recuerda el plato de «arròs en bledes», único, te gustara o no te gustara. El niño de 2021 elige series y alimentos de frigoríficos repletos de comida. Es un privilegiado, piensan la mayoría. Está normalizado poder elegir caprichos. Acostumbrado a poseer lo que quiere, ¿aceptará cuando crezca que no todo es tan fácil y caerá en depresiones cuando fracase?

Hemos creado una sociedad donde el consumo es el eje central del sistema. Y ahí es donde radica la contradicción del capitalismo atroz que se nos intenta imponer. Sin consumo hay depresión. La competencia entre la producción obliga a trasladar empresas allá donde la mano de obra es más barata para poder vender más barato; a producir alimentos que se recolectarán por un plato de lentejas… A ello se le une una revolución tecnológica provocada por el invento de internet que destruye más puestos de trabajo que los que crea. Y como la esperanza ya es desesperanza salen ideas como dar sueldos sin trabajar para evitar que la herejía contra el sistema se transforme en un clamor. Metemos a los jóvenes a estudiar, tengan o no aptitudes y actitudes para ello; los tenemos aparcados un cuarto de siglo, sin conocer de cerca el esfuerzo físico y la necesidad de pensar en iniciativas para sobrevivir. Les instamos a los placeres que ocupan sus mentes para que no se ocupen de la crítica. Todos huyen del campo o del trabajo en cadena y aspiran a un puesto de guardia civil o policía nacional y no digamos de policía local. Hijos de ricos propietarios agrícolas optan por trabajos que antes eran salida digna para hijos de obreros y campesinos. Hasta en eso se han quedado sin esperanza los más desafortunados. Los hijos de gentes acomodadas ocupan la reserva de puestos para los hijos de la miseria.

No se trata de rendir culto a la pobreza pero quizás nos veamos obligados a ello. Cual cátaros del siglo XIII proclamaremos que la materia es esencialmente mala y nos haremos vegetarianos porque en ello radica la bondad. Uno tiene la esperanza de que, como aquellos «herejes» lo seremos de la clase instalada en la riqueza, entonces identificada en la Iglesia y hoy en el gran capital que proclama el globalismo y la desaparición de aduanas bajo un gobierno universal dirigido, claro está, por las élites financieras que atacan la democracia al controlar los grandes medios y hasta las redes sociales. En realidad , en lo sustantivo, los esquemas siguen siendo los mismos que hace ocho siglos. Y sin trazas de cambiar.

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