“No existe dictadura que no quiera pasar impune, Dionisio Ridruejo (miembro de la Falange Española) es intocable, me cayó la del pulpo (al escribir sobre él), pasó a la historia casi como el padre de la democracia”. El escritor madrileño Benjamín Prado Rodríguez comentaría en directo esta y otras muchas cosas durante la cincuenta y seis edición de la Feria del Libro de Valencia. “Yo empecé en la época en que Miguel Bosé sabía peinarse solo”. Coescritor de canciones con Joaquin Sabina y colaborador de cantantes como Coque Malla y Amaia Montero, Prado charlaba ante un diverso centenar de asistente mediante un discurso pochado (calentado y agitado) magistralmente por este hábil trinchador (troceador) del franquismo. 

“Los que suelen ganar son los que pueden pagar los abogados más caros” que sepan eludir condenas para cualquier chef de horrores. “Todos los crímenes del franquismo no caben en un libro, ¡la gente que se fue de rositas!”. Mala gente que camina quiere ser algo más que un título literario, o un verso machadiano. Prado apuesta por descarnar piezas silenciadas o manipuladas que alimentaron el autocrático adoctrinamiento franquista. Datos que a cierta gente de la “transición, transacción” no le interesaba airear. Programas de dominio que, con el apoyo inmensurable de la Iglesia católica, mantuvieron al pueblo en la inopia hasta la llegada del siglo veintiuno. “La gente lo ha creído a pies juntillas, es un proceso de alienación, fomentan la mediocridad”. Rafael Torres periodista y escritor madrileño que ha vivido la dureza de vendimiar en campos franceses y el trepar por los andamios declaraba hace quince años para Anika entre libros: “Una transición que no termina nunca y que fue más una operación de supervivencia del régimen franquista que un retorno a la democracia, que en todo caso hubiera supuesto retornar a la República, destruida por un golpe militar fascista.”

En cualquier menú dictatorial el primer plato es decisivo para resaltar todo condumio represor sirviendo como entrante la regla de que “transmitir ideas era sospechoso”. Desapareciendo en el candente fogón totalitario libros, docentes, universidades, periodistas y cuanto pudiera motivar masivamente a la opinión o crítica. ¿Y ahora? ¿Vuelta a empezar?

“El sistema de descrédito no ha parado, es un Goliat de muchas cabezas, ese odio está presente”, generaciones posteriores no logran tener identidad propia por desconocimiento o acomodaticio pavor ante designios familiares, reposando hasta ser membrillos. Por su parte la disidencia joven, sin la masa madre de la información verídica corre el peligro de ser convertida en reducción (disminución de volumen) para aliño.

¿Por qué actualmente la juventud es el ingrediente a congelar?  

“Se meriendan las ruedas de molino que les pongas delante, no tenemos un ciudadano, tenemos un súbdito”. Prado comenta que muchos descendientes no querían volver con sus familias, esas a las que robaron sus bebés, “les habían enseñado a odiar, tenían un conflicto interior muy grande”. Odio inculcado y negación imbuida ante cualquier realidad que no fuese en la que habían crecido, “el no querer ser el hijo de un piojoso de izquierdas”.

¿Quién cascará los huevos para la nueva tortilla española? ¿Será con o sin franquismo? ¿Con o sin chorizo?

“España es una anormalidad histórica, es una anormalidad tener una derecha como la que tenemos”.

¿Quién permite que cocinen alquimistas fulleros que envenenan?

¿A qué punto de iniquidad se ha llegado cuando se comenta: “¡Sí! está muriendo mucha gente, pero, son muy mayores”? ¡Joder! ¿es que estos no se mueren nunca? no queremos daros este dinero”. Personas ancianas han muerto desamparadas “dejándoles morir como perros en las residencias”. ¿Por qué ese desprecio hacia las personas mayores, sobre todo si no pertenecen a ningún rollo de poder? “Hemos avanzado hacia atrás, eso es una mierda, nuestras sociedades se han empobrecido” asevera Prado afín a Amnistía Internacional organización responsable del evento.

“Los crímenes siguen impunes, la represión que sufrieron las mujeres, las desapariciones forzadas, ¡es obligado acabar con la impunidad!”. Nacho Gay, representante en Valencia de la citada organización, fue el responsable del preámbulo. “¡Verdad, justicia y reparación!” es la exigencia inexcusable. “Estos crímenes son imprescriptibles” dictamina Europa. Cuando “el funeralismo tomó el mando todo se vino abajo”. Durante más de cuarenta años estuvieron “las mujeres convertidas en animales de compañía”, aleccionadas en sus sacrosantos deberes caseros mediante textos, “pornografía para pajilleros”, satiriza Prado.

“¡No habrá reparación hasta que no haya verdad!” determina Gay.

¿Hasta cuándo dejar pasar el tiempo? ¿Hasta que no queden testimonios vivientes? ¿Se continuará manipulando la educación con desinformación histórica, tabús religiosos, mitos, segregación escolar  o vetos a la diversidad? ¿Sólo “los fuertes y los ricos tienen derechos”? ¿Hasta cuándo ser panolis ante “el desprecio de la gente poderosa hacia la gente humilde”? ¿Por qué “tampoco quieren que sepas quien eres”?

“El pueblo español es probable que no exista, como no existe el Museo que debía contener su historia. La aseveración de que el Pueblo Español (el pueblo-pueblo) pudiera no existir, pese a su aparente y aparatosa arbitrariedad, se confirmaría por el hecho de su ausencia en los anales de la Historia, esto es, por el nulo reconocimiento de su protagonismo en ésta. Pero si el Pueblo español no existe no es, valga el retruécano, porque no exista, sino principalmente porque sus depredadores naturales, seculares, no le han dejado existir. Esas guerras dinásticas constantes, recurrentes, hasta la última de 1936-1939 que también lo fue al cabo, le sirvieron, entre otras cosas, para abortar cualquier intento de articulación verdadera de España y de su pueblo, una vertebración que les habría convertido en una Nación, dejando de ser una finca y una gleba, respectivamente”. Tal es la deducción del escritor Rafael Torres recogida en Españoles. Viaje al fondo de un país.

“Te quitamos a los niños y además te hacemos un favor porque los vas a llevar a un colegio de mierda” comentarían hasta los años noventa delincuentes roba bebés. “Alguna gente cree que las cosas nacen de la casualidad”. En el siglo veintiuno, por mucho que duela aceptarlo ¡todo! excepto la indomable respuesta de la naturaleza, se ajusta a designios de gente poderosa. En España “somos treinta familias las que mandamos” le comentarían a Prado. Treinta de las treinta y cinco del Ibex (índice de la bolsa española y empresas que cotizan), ya que cinco son de quita y pon, según le siguieron ilustrando. “Vivimos en una sociedad de puertas cerradas, las llaves las tienen los mismos. Uno de los treinta apellidos se dedicaba también a la trata de esclavos, gente que hizo su fortuna gracias al tráfico de esclavos, robando personas. ¡Dejémoslo en robar!”. Cuando “los negros se estaban poniendo farrucos” se enviaron esclavos gallegos a Cuba, en este punto Prado cita a Urbano Feijóo de Sotomayor.

¿Cómo? cuestiona el autor, ¿siete personas elaborando un reglamento “han conseguido solventar en dos meses lo que ha pasado en años”?

“¡Sólo podemos recuperar derechos si somos muchos! Hay que recuperar la idea de colectivo, nada de competición” advierte. 

“Del miedo es de donde sale la ultraderecha”. Prado valora como elemento básico el lenguaje para “salirse del cepo grande”. “Todo empieza por el lenguaje”, las palabras se envenenan transmitiendo mensajes subyacentes: cuneta, paseo, “el lenguaje se acopla a los miedos”.

Señalando que cualquier dominación cocina por un igual. No estaría de más citar al historiador y filósofo francés Françoise Marie Arouet (Voltaire) quien determinaba: “Que el cristianismo es divino no admite duda, pues ha perdurado mil setecientos años a pesar de estar lleno de villanías y sinsentidos”.