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Arenas movedizas

Jorge Fauró

El último reducto franquista

ETA era el único símbolo que le quedaba a la dictadura. Disuelta la banda, carece de sentido que el franquismo se siga poniendo en valor desde algunos ámbitos políticos y sociales

ETA era el último símbolo del franquismo. La autoría de la frase se pierde en el tiempo, pero ya en los años del plomo, allá en los 80, el aserto se hizo viral sin necesidad de redes sociales. Se repetía en tertulias radiofónicas, artículos de fondo y programas de televisión, donde, desde múltiples argumentaciones, expertos especializados en la banda terrorista y el «problema vasco» razonaban por qué la banda era a mediados de aquella década el último rescoldo de la dictadura. Superada la asonada golpista del 81, y con los militares controlados en sus cuarteles, en mitad del decenio habían desaparecido prácticamente las huellas que parecían indelebles en un país que comenzaba a superar el pasado y asentar la democracia. Solo ETA perduraba.

Cuando acaban de cumplirse diez años de la capitulación terrorista, el franquismo parecía un periodo superado y reservado a los libros de Historia. Sin embargo, parece como si en España no acabáramos de acostumbrarnos a cerrar periodos oscuros en tránsito hacia otros donde la claridad logra al fin penetrar por las ventanas de la libertad. En el último año, desde la tribuna del Congreso hemos escuchado a quienes dicen renegar de la herencia franquista que el Gobierno de Pedro Sánchez era «el peor de los últimos 80 años», lo que equivale a incluir en la premisa que si tal cosa es cierta, los gobiernos de Sánchez no solo han sido los peores, sino que los gabinetes presididos por el dictador eran incluso mejores. Ergo, parece que no solo con el fin de ETA quedó diluido el último elemento nostálgico del antiguo régimen.

El de Vox no ha sido el único caso en que se han puesto en valor épocas históricas que la sociedad y una amplísima parte de la clase política española dan ya por superada. Dirán que no lo expresaron de esa manera, pero subrepticiamente todos entendimos el mensaje. O aquello de que «hay que aniquilar a 26 millones», como se llegó a escribir en un chat de WhatsApp de militares retirados. «¡Preparados para el combate! ¡A por los rojos!», añadía otro en la misma conversación.

ETA germinó bajo prejuicios antifranquistas que perdieron todo el sentido una vez asentada la Constitución, pero si no le gustan mis principios, tengo otros, y así continuó, entre goma 2, secuestros, extorsión y coches-bomba, sembrando el terror por toda la geografía española durante 40 años más, los mismos que Franco.

Parece evidente que en el ultimo cuarto del siglo XX el franquismo sociológico marcaba más impronta en la sociedad que la propia democracia por el hecho estadístico de que entre la ciudadanía eran mayoría quienes habían vivido bajo el régimen frente a los nacidos en la España de las autonomías. Y, sin embargo, la piel de toro, siempre fraccionada, se dividía entre los que habían sufrido la dictadura y abrazaban esperanzados la Transición y quienes añoraban el periodo anterior. Y a estos dos se sumaba un tercer grupo: los que «contra Franco» vivían mejor.

Hace diez años, cuando la banda claudicó con el abandono de la lucha armada, este último segmento social, el de los que se desenvolvieron a la contra y la dictadura daba sentido a sus vidas metralleta en mano, también comenzó a extinguirse. Por eso llama la atención que aún queden representantes elegidos democráticamente que apelen a los años del franquismo como mejores que los que llevan en el Gobierno Pedro Sánchez y sus socios de Gobierno.

Las palabras de Arnaldo Otegi con motivo del décimo aniversario del final de ETA puede que lleguen tarde, puede que suenen a argumentario condicionado a los apoyos que la izquierda abertzale cederá previsiblemente al Ejecutivo para sacar adelante los Presupuestos, pero son un elemento esperanzador en el camino de la reconciliación. Por más que cualquier afirmación de Otegi deba ponerse en cuarentena, mejor la disculpa que callar el mea culpa .

El franquismo acabó de facto hace diez años con el final de su último símbolo. Desde el extremo opuesto, ese que no empuña las armas y tiene voz en las instituciones, algunos parecen no estar dispuestos a enterrarlo. No permitamos que reverdezca de nuevo.

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