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alberto soldado

VA DE BO

Alberto Soldado

El valor de la prudencia

Ahora que todo parece correr a velocidad de la luz y aún por encima de ella; ahora que como dice mi amigo de Cheste, «yo ná más que sé que lo que antes estaba arriba ahora está abajo y al revés», sin que el hombre haya tenido necesidad de leer sobre relativismos o nihilismos, ahora es cuando debería emerger con más fuerza que nunca esa virtud cardinal que estudiábamos en la juventud y que llamamos prudencia. Se trata de discernir entre lo que está bien y está mal y actuar consecuentemente. En el comportamiento personal y público, la prudencia es virtud de un peso fundamental en el recto proceder. Y más en los responsables políticos. Gobernar con prudencia es hacerlo tras razonar los efectos positivos y negativos que sobre los gobernados tendrán las decisiones. Es recto proceder el fomentar la posibilidad del acceso a la vivienda cuando tantas de ellas están vacías y tanta necesidad hay en tantas gentes humildes y no tan humildes. Fomentar el alquiler de las mismas a un precio asequible, ponerlas en el mercado de uso, es una medida social, sin que ello suponga atentar contra la propiedad privada, que, recordemos en la Constitución también está sujeta al bien general.

La ley de leyes reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia pero deja claro que la función social de estos derechos delimitara su contenido, de acuerdo con las leyes. O sea, que si un banco posee cientos de viviendas, o un potentado posee más de diez viviendas vacías, que alguien cuestione una política de fomento del alquiler de las mismas es responsable directo de no colaborar en la solución a un problema social de primera magnitud. La prudencia exige también que los más poderosos, aquellos a los que la vida, su inteligencia, la suerte o la razón que fuere les ha sido beneficiosa en sus cuentas corrientes, comprendan la necesidad de ser solidarios con los más necesitados.

La prudencia exige también que los gobiernos gasten en lo necesario y eliminen gastos innecesarios. Que cada euro que administren esté sujeto al discernimiento de su utilidad y rendimiento. Y así no necesitarán agobiar a las clases medias para condenarlas a dejar perder herencias (derecho constitucional) afectadas por leyes tan injustas como la del impuesto de sucesiones. No parece buena idea enfrentar a comunidades por cuestiones fiscales porque el buen gobierno no puede entenderse desde el aliento a la división y con acusaciones que tiendan a culpar a otros de lo que uno no es capaz de hacer.

Tiempos tan convulsos y difíciles como los de ahora nos invitan a la prudencia. La ha practicado el pueblo para defenderse de la pandemia. Lo ha hecho disciplinadamente. Salvo excepciones de gentes con poco seso, ha ofrecido un ejemplar comportamiento cívico. Y lo sigue haciendo, porque sigue las normas de la prudencia. Que los gobiernos tomen nota de su valor.

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