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A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Calatrava

Calatrava (Santiago) nunca fue santo de mi devoción. Más después de conocer su afición por los paraísos fiscales. Pero sobre todo es la típica prevención contra lo mainstream (lo que antes se conocía como ‘popular’). Es una de esas paradojas de los tiempos modernos: la prevención contra el gusto de las masas en tiempos de cultura de masas. La cultura está (eso tendemos a pensar) en rincones alejados de mayorías. Hay mucha en esos espacios opacos, pero el menosprecio (o desprecio directamente) hacia quien logra ser popular es de diván. Hay mucho de la tentación tan vieja de la originalidad, del descubrimiento del último tesoro cultural. La paradoja siguiente es que el comentarista, crítico o simplemente cultureta de base se empeña en difundir el descubrimiento. Hay en ello una dosis importante de vanidad, pero también un irrefrenable deseo de compartir la belleza.

Calatrava ha pasado de la fase del mainstream a la del despellejamiento colectivo. He oído últimamente un par de chistes de tertulianos y demás comentaristas de lo universal situando las obras del ingeniero como paradigma de la basura constructiva.

Si sirve de consuelo, Calatrava, que hace tiempo que está desaparecido de los grandes medios de comunicación, ha de saber que después de la fase de escarnio público suele venir la de reivindicación. Pueden pasar años, pero llega. No es una regla universal, pero sucede. No se trata de comparar, pero hay dos creadores valencianos que pueden servir como ejemplo. Sorolla y Blasco Ibáñez. Triunfaron en su momento, con lo que ello conlleva de éxito económico. Buscaron esa satisfacción, además. Tenían la mala costumbre de desear vivir bien. Y vieron cómo la cultura dominante los despreciaba. Evitaré comentar si no había en ello también la superioridad moral del centro hacia la periferia. Lo que sí estaba es el desprecio, siempre, de la cultura con mayúsculas hacia el dinero y el éxito. ¿Recuerdan aquello de Pío Baroja sobre Blasco Ibáñez? «Es un conjunto de perfecciones vulgares. Tiene las opiniones de todo el mundo, los gustos de todo el mundo». Los gustos de todo el mundo era una forma de decir, me parece, que era mainstream. Algún crítico de cine firmaría hoy sa frase sobre Spielberg.

Lo de Calatrava (Santiago) venía porque hace unos días era noticia la escultura que Jaume Plensa ha instalado frente a Manhattan. Y venía porque hace un tiempo, antes de la pandemia, caí por Nueva York. Y pasé por el Oculus, la obra perfectamente reconocible de Calatrava que ha firmado junto a la zona cero de las Torres Gemelas. Ya saben que costó mucho más tiempo y mucho más dinero del previsto inicialmente. Y que ha tenido goteras. Un clásico en las piezas colosales del valenciano. Pero estar allí, entre miles de personas, neoyorquinos en circulación y turistas curiosos, ayuda a advertir la rareza de contar con un autor europeo (y valenciano) en un lugar tan simbólico del siglo XXI. ¿Cuántos arquitectos españoles tienen obra de estas dimensiones en la gran ciudad? Sí, Rafael Guastavino, pero ejercía más de artesano sin firma que de creador. Que se entienda: no digo que las construcciones de Calatrava no tengan problemas ni que estos se deban relativizar, tampoco los sobrecostes, ni su papel como imagen de un poder político podrido; no digo que no sea oportuno el debate sobre la utilidad de la arquitectura espectáculo. Pero es injusto dejar de valorar la trascendencia social y la huella histórica de Calatrava. Antes o después llegará la reivindicación de su obra. Posiblemente esta opinión tampoco sea mainstream. Posiblemente no sea su tiempo.

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