Se le atribuye a Gandhi la afirmación de que «la grandeza de una nación y su progreso moral se pueden juzgar por la forma en que trata a sus animales». Esto, que funciona muy bien como eslogan, si decides rascar un poco en la superficie se muestra como un conjunto de palabras bonitas, plagadas de buenas intenciones, pero sin una base sólida. Algo similar sucede con la futura ley de bienestar animal.

En caso de que se apruebe, y se aplique con efectividad -lo primero es posible, lo segundo muy difícil- se va a dar un paso de gigante en muchos aspectos como la exigencia de unas atenciones mínimas a los animales de compañía, la incapacitación para tener mascotas a personas que hayan demostrado que no son dignas de ese privilegio, la prohibición de adiestrar o utilizar animales para peleas, y un largo etcétera.

Es un texto bienintencionado: muchos de los animales considerados ‘de compañía’ viven en condiciones vergonzosas, y aun así mejores que las de sus compañeros que también han tenido la desgracia de estar bajo nuestra ‘tutela’ (industria cárnica, farmacéutica, peletera…). Sin embargo, el documento presentado por la Dirección General de Derechos de los Animales, perteneciente al Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, parece más centrado en reducir el número de animales domésticos que en mejorar su calidad de vida.

Vivimos en un mundo cada vez más urbano y desnaturalizado, donde, especialmente las nuevas generaciones, se ven absorbidas por los medios digitales, relacionándose con la realidad a través de pantallas y auriculares. Por ello creo que el contacto animal cobra especial importancia. No se puede amar aquello que no se conoce, ni proteger aquello que no se ama.

Por eso me parece tan errónea la línea que sigue la Dirección General de Derechos de los Animales. Por un lado, gran parte de sus medidas obstaculizarán la relación de las personas con el mundo animal, lo que puede producir un aumento del desinterés hacia estos últimos y, por tanto, hacia su conservación. Y, por el otro, promueve una visión de la naturaleza distorsionada por un ‘filtro Disney’. Creando ingenuos idealistas, es decir, presas fáciles para aprovechados y demagogos, especializados en vivir a su costa mientras hacen más mal que bien a aquellos que dicen defender.

Esto no significa que no hagan falta nuevas regulaciones, aunque lo principal es hacer que sean efectivas, porque actualmente son como como las ‘meigas’, que «haberlas haylas». El problema es que no se ponen los medios necesarios para que se cumplan. En este sentido, observo dos grandes problemas que, si no se abordan, o no se hace de forma correcta en esta ocasión, dudo que se puedan arreglar en un futro cercano.

En primer lugar, la gestión de las colonias felinas propuesta me parece totalmente errónea. Los gatos son una de las especies más dañinas para la fauna. En los últimos años han sido responsables de millones de muertes y, directa o indirectamente, de la extinción de decenas de especies. Un ejemplo que podemos encontrar en nuestro país es la disminución de un 20 %, en 20 años, de las poblaciones de vencejos. Este grave problema medioambiental se debe, en parte, al aumento de colonias de gatos, según los datos de la Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (Anecpla). Esta ley, en vez de tratar de solucionarlo con medidas que sancionen a aquellos dueños que no mantengan a sus felinos en casa, o limiten las colonias de gatos a zonas acotadas, toma el camino contrario, incluso prohibiendo «el confinamiento de gatos comunitarios, especialmente los no socializados con el ser humano, en centros de protección animal, residencias o similares».

En segundo lugar, se excluye a aquellos animales más abundantes, menos visibilizados y con más necesidad de una mejora en su bienestar: me refiero a la industria cárnica. Con acciones tan simples, y baratas, como la obligación de informar de las condiciones de vida de los animales de consumo humano en las etiquetas de los envases -así sucede, por ejemplo, en Inglaterra- los consumidores podrían hacer una elección consciente al llenar el carro de la compra y, de esta manera, promover un cambio tan necesario.

Recalco que una parte de las medidas que incluye este anteproyecto de ley son muy necesarias. Pero, por desgracia, se centra en unas pocas especies muy visibles y deja desamparadas a la mayoría, tiene un tinte más ideológico que científico y parece que haya sido redactado por animalistas en lugar de por expertos. Mucho ha de cambiar para no quedarse en algo más que una bonita capa de pintura en una pared podrida por dentro.