Apoco que uno lea la prensa, escuche la radio o vea la televisión, se habrá encontrado con una serie de noticias y temas de debate recurrentes durante las últimas semanas: la crisis de abastecimiento en Reino Unido, la falta de suministros básicos -cartón, papel, aluminio, vidrio para la fabricación de botellas- y de manufacturas como los semiconductores, los problemas energéticos de China, el desbocado incremento de la luz y el gas en nuestro país, el crecimiento de los costes del transporte marítimo… Los más agoreros podrían decir que estamos ante el colapso de la civilización, el derrumbe del modelo capitalista imperante durante las últimas décadas. Desde luego, no vamos a llegar a ese extremo, pero es evidente que la suma de todos estos fenómenos nos coloca en un contexto de crisis global y nos hace formularnos muchas preguntas. ¿Qué impacto tiene esta tormenta perfecta en el sector agroalimentario? Es evidente que no escapamos de sus ramificaciones y que el incremento de costes repercute directamente en nuestra actividad. En primer lugar, lo notamos en la factura eléctrica, pero también en los costes del cartón o el vidrio para el packaging de algunos de los productos que comercializamos y, por supuesto, en los costes de transporte. Este incremento de costes repercute en el precio de los productos de cara al consumidor. La cesta de la compra se ha encarecido alrededor de un 15% y Aecoc reconoce que la situación puede empeorar de cara a la campaña navideña. En un sector como el agroalimentario, en el que la fijación de precios se establece desde arriba y hacia abajo, los productores, que somos el eslabón más débil de la cadena, salimos especialmente perjudicados. Que un producto haya subido un 15% en el supermercado no significa que quien lo ha producido perciba un 15% más por él. Ni tan siquiera un 5% más, como estoy seguro de que tendrán claro. Esta crisis global es una nueva prueba de fuego, por si acaso no teníamos bastante con los efectos del brexit, los problemas con plagas y enfermedades de los cultivos, la falta de materias activas y el incremento de costes de los insumos las nuevas exigencias de la Política Agraria Común (PAC) y el Pacto Verde Europeo, la pérdida de competitividad frente a terceros países, las barreras arancelarias y no arancelarias para el acceso a determinados mercados… Tocará seguir remando y poniendo buena cara.