No es verdad que Franco creara la Seguridad Social ni el sistema de pensiones. Tampoco fue quien ideó los pantanos. Lo que sí debemos al dictador es la hora, pero poco miramos al reloj hasta que llega marzo, octubre y tenemos que andar contando si podemos dormir una hora más o si nos quitan una hora de sueño. Aunque esa… es otra historia.

Ya en 1784, Benjamin Franklin, inventor del pararrayos y embajador de Estados Unidos en Francia, comprobó horrorizado cómo los parisinos gustaban de dormir más allá de al alba, al alba y sugirió un cambio legislativo que incluía imponer un impuesto a las personas con contraventanas que impidieran la entrada de luz en sus casas.

Aún más firme en 1907, William Willett, un constructor inglés dedicó años y recursos en tratar de reeducar los hábitos de sueño ajeno e incluso publicó un folleto llamado ‘The Waste of Daylight’ (‘El derroche de luz solar’). Detallaba la estrategia de adelantar los relojes 20 minutos cada domingo de abril y atrasarlos nuevamente cada domingo de septiembre, estimando que la medida permitiría ahorrar 2,5 millones de libras en iluminación artificial. Murió un año antes de que sus sueños de luz se vieran cumplidos como medida de guerra. En 1916 y durante la Primera Guerra Mundial, el káiser Guillermo II firmó el decreto del Sommerzeit, horario de verano. Más horas de luz permitían ahorrar carbón y que los barcos pudieran ser descargados sin traicioneros ataques enemigos. Aliados primero y adversarios después, acompasaron horarios hasta finalizada la contienda, hasta que un nuevo conflicto volvió para alterar las vidas y los relojes.

En la España de la dictadura en 1940 un mandato obligó a abandonar el huso horario que geográficamente nos corresponde —el mismo que Reino Unido, Portugal o Canarias— para adoptar el horario GMT +1 del Berlín del III Reich como muestra de cercanía a Hitler. Otro ejemplo de amor no correspondido. Tras la única reunión del Führer y el Caudillo, el alemán resopló: «Prefiero que me arranquen tres dientes sin anestesia a pasar una hora más de mi vida con Franco».

Terminada la Segunda Guerra Mundial, el resto de países que habían adoptado el horario germano lo abandonaron, por optimizar sus horas de luz, por supuesto, pero también porque recuperar la dignidad histórica implicaba gestos como limpiar los relojes de cualquier recuerdo de la barbarie. No así en España, donde ochenta años después mantenemos la hora nazi. Y también, cada marzo y cada octubre, mantenemos el debate de si hoy en día, cuando la inmensa mayoría de las industrias utiliza luz artificial en sus instalaciones todas las horas del día, el cambio estacional supone un ahorro o una molestia. Esta pregunta ya la respondieron las vacas suizas. Durante años, Suiza se negó a aplicar el cambio de horario alegando que las vacas reaccionaban al cambio de hora de ordeño disminuyendo la cantidad y la calidad de la leche. Un ejemplo blanco y en botella de lo que supone la alteración de los ritmos circadianos, etimológicamente: ‘alrededor de un día’. Estos ritmos del organismo, controlados desde el hipotálamo, responden a la influencia de la luz ambiental: en presencia de luz, los niveles de melatonina son bajos; en oscuridad, el cerebro produce más melatonina para inducir el sueño. Con el desajuste horario y la falta de luz, segregamos más melatonina, lo que nos hace estar menos activos. En otras palabras: damos menos leche.

En 2019 este debate llegó al Parlamento Europeo. La encuesta pública planteada por Bruselas recibió la cifra más alta registrada nunca: 4,6 millones de participantes. Un 84 % de europeos pedían abolir el cambio horario. El proyecto de ley fue aprobado con 410 votos a favor, 192 en contra y 51 abstenciones y se propuso que el último año con cambio de hora fuera este 2021. Cada Estado decidiría si optaba por establecerse permanentemente en la hora de verano, o la de invierno. El Gobierno de Sánchez anunció la creación de un comité de expertos, y sin saber qué concluirán, sí podemos afirmar que el Partido Popular se mostrará a favor de oponerse a cualquier cosa que concluya.

Y mientras debatimos si el ahorro energético pasa por pedir empatía a las eléctricas o alterar cuándo ponemos la lavadora o el despertador, aquella Alemania a la que copiábamos hasta la hora, apuesta por el autoconsumo. Aunque en España está previsto un crecimiento exponencial tras la golosa inyección de los fondos europeos, seguimos a años luz: España, a pesar de contar con 2.500 horas de sol al año frente las 1.600 alemanas, con una potencia acumulada hasta 2020 de 12,7 GW; Alemania, 53,9 GW.

Ya lo advertían con una inscripción grabada en piedra los antiguos relojes de sol: ‘Horas non numero nisi serenas’ (‘Solo cuento las horas serenas’), es decir, aquellas en que el cielo está despejado. Y como un guiño a William Willett, un reloj de sol en Petts Wood honra su memoria y su lucha: ‘Horas non numero nisi aestivas’ (‘Solo cuento las horas de verano’).