Un día me hacía aquí mismo una pregunta relacionada con los libros: ¿por qué lee lo que lee la gente que lee? Se publican miles de títulos al año en un país que apenas lee. Qué cosa más rara, ¿no? Y más raro todavía: casi todo el mundo lee lo mismo. Eso que se llaman superventas. O bestsellers.

El éxito no está necesariamente reñido con la calidad, claro que no. Pero demasiadas veces un libro tiene éxito porque nos lo han metido hasta en la sopa. En la radio. En la televisión. En las estaciones de tren. En los aeropuertos. Dicen que también las redes sociales hacen de las suyas promocionando auténticas vergüenzas. No lo sé. No sigo las redes sociales. Me da igual lo que digan. Mi única guía son las recomendaciones de los amigos y la intuición cuando en una librería me tropiezo con un libro que me suena a chino y me lo llevo para ver si la intuición ha servido de algo o me ha tendido una emboscada.

Dice mi librero de cabecera que están de moda las novelas porno-erótico-románticas para niñas de trece o catorce años y que en la última Feria del Libro de València había colas de dos o tres kilómetros para conseguir la firma de una joven autora que se ha puesto de seudónimo un nombre inglés: así queda más exótico, imagino. Me pasó por wasap la primera página de una de esas novelas y alucinaba entre besos húmedos, masturbaciones de la chica a la vez del coito insuficiente con su chico y «corridas» al unísono que parecían auténticos efectos de electroshock.

El mercado no es tonto. Con ‘50 sombras de Grey’ abrió un camino para captar luego edades tempranas y llevarlas a ese porno-erotismo romántico que hace furor entre las adolescentes. Pero aún peor que esa manera de comerciar con la grey más joven es la escritura: imposible pasar de la primera página. Hay quien dirá que más vale leer lo que sea, aunque sea mierda, que no leer nada. No lo sé. Creo que no.

Este año ha sido una sorpresa el Premio Planeta. Primero porque la empresa lo había dotado con un millón de euros. La segunda parte de la sorpresa: la ganadora era una mujer que resultó ser tres hombres a la vez. Un cachondeo.

En la historia de la literatura -siempre tan patriarcal- ha habido escritoras que se han puesto nombre masculino para que les hicieran caso o hasta han escrito las obras que hicieron famosos a sus maridos. La lucha de la mujer, en ese sentido y en muchos otros, ha sido y está siendo incansable para que se reconozcan sus derechos. Y ahora va y tres individuos, guionistas conocidos de series televisivas, se disfrazan de mujer para que a cambio de una pasta gansa se quiten los disfraces y nos digan que la ganadora no es una mujer sino tres maromos que se habían divertido, machurrones ellos, usando el seudónimo de Carmen Mola para sus anteriores novelas policiales.

Hace tiempo una amiga me habló, y bien, de las novelas de esa escritora. Leí algunas entrevistas y de qué iban sus libros y nunca abrí ninguno. No me falló la intuición. La emboscada se la habían tendido a la amiga. Por cierto, que dice que va a seguir leyendo a los tres maromos. Allá cada cual con sus anclajes, aunque haya anclajes que de tan hondos huelen a desagüe.

Vuelvo al principio de esta columna. Casi todo el mundo lee lo mismo. El mercado editorial está copado por dos grupos: Planeta y Random House. Lo han comprado todo. Menos las pequeñas editoriales llamadas independientes. Me gustan esas pequeñas editoriales. Ahí encuentro tesoros escondidos que no aparecen en las poderosas campañas promocionales, que no están en los escaparates, que has de preguntar por ellos y sales de la librería con el estigma de ser un bicho raro. A lo mejor la lectura que no hace caso de las leyes del mercado te convierte en un bicho raro.

Lo que más me duele es que muchos de esos Clubs de Lectura que tanto me gustaban han dejado de producir lecturas críticas y van a lo fácil. Sigo de cerca esos grupos lectores y aplaudo la cabezona insistencia de muchos de ellos en la literatura que no avergüenza. Olé por ese trabajo que honra la buena literatura.

Pero muchos otros han elegido el camino contrario. En un pueblo muy cerca del mío funciona uno de esos clubs. Me decían el otro día los cuatro títulos que han leído en los últimos cuatro meses y alucino, como con la primera página porno-romántica que antes les contaba: los cuatro libros escogidos por la persona que dirige el Club (creo que subvencionado) son de Planeta y Random House. Y salvo uno de los cuatro (sigo a su autora desde hace casi treinta años), los otros tres son para denunciarlos en la Oficina del Consumidor.

Por eso acabo con otra pregunta del millón: ¿qué leen y por qué recomiendan bodrios quienes dirigen un Club de Lectura? Miedo me da la respuesta si hago caso a lo que leen en ese club casi paisano que les acabo de contar. Éramos cuatro gatos seducidos por la lectura en un país que no lee y parió la burra. Pues eso.