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Martí

Buscando a los Borso y Goerlich actuales

La exposición de La Nau sobre los 150 años de educación de los jesuitas en València descubre un urbanismo social hoy impensable

Los dos arquitectos a los que València le debe su trama urbana presente son Francisco Javier Goerlich Lleó y Cayetano Borso di Carminati, ambos nacidos en el Cap i Casal sin ocho apellidos valencianos detrás. El hijo del último cónsul austrohúngaro impulsó como arquitecto municipal la reforma de Ciutat Vella, la apertura de la avenida del Oeste, la prolongación de la calle de la Paz y la configuración actual de la plaza del Ayuntamiento. Además dejó su firma en edificios emblemáticos como la Casa Barona, en Marqués del Turia, de clara influencia barcelonesa; el edificio Oltra, en la plaza del Ayuntamiento esquina con la calle Cotanda; o el magnífico Colegio Mayor Lluís Vives, en Blasco Ibáñez, y por fin en plena reforma tras el cuestionable titubeo de la Universitat. Borso di Carminati, catorce años más joven que Goerlich -nació en 1900-, colaboró con él en la construcción de edificio Barrachina y fue uno de los arquitectos racionalistas que plasmó la modernidad que salió de la Bauhaus. A Borso le volvimos a prestar atención hace unos años cuando la Fundació per Amor a l’Art de José Luis Soler y Susana Lloret adquirió la antigua fábrica de bombas hidráulicas de Carlos Gens en la avenida de Burjassot para convertirlo en un centro de cultura y gastronómico de primer nivel. Sin embargo, su trabajo en la ampliación del colegio de los jesuitas y en las Escuelas Profesionales de San José ha pasado más desapercibido.

lngenio.

La exposición ‘Edvcatio. Innovació i ensenyament dels jesuïtes a València.150 aniversari’ que se puede ver en La Nau hasta el 9 de enero, profundiza en el aspecto humanista de Borso que junto con la siempre en forma Compañía de Jesús acometieron primero la ampliación del colegio de la Gran Vía Fernando el Católico y luego el proyecto de unificación con las actuales Escuelas San José en Corts Valencianes, cuando el ‘baby boom’ era imparable. De la muestra comisariada por Ana Torres Barchino me ha interesado más la parte de visión urbanística de los arquitectos implicados en el proyecto, donde Borso tuvo un papel determinante. Hay una recreación muy buena de como los jesuitas acometieron la ampliación del colegio con exquisito respecto artístico. Y la parte donde se exhibe el plan de construcción de las nuevas escuelas en medio de la huerta es tremendamente interesante. También muy actual, porque recuerda que el urbanismo saludable puede ser compatible con el respeto al territorio, y con la renovación pedagógica que emprendieron los jesuitas cuando la educación universal y en libertad era una entelequia en pleno franquismo.

Desfigurados.

Me gustaría conocer quienes son los actuales Goerlich y Borso, esos genios que diseñan la València de la segunda mitad del siglo XXI, donde el papel de las urbes metropolitanas será mucho más relevante que los organismos regionales y estatales, pues tendrán una interlocución directa con las instituciones europeas de adhesión voluntaria. Atisbo un exceso de tacticismo de luces cortas, demasiado compadreo con el entorno público y privado, en vez de imponer ese criterio jesuita de las personas por encima de los poderes.

Sin la base nunca hay un triángulo

Tanto repetir que La Marina es el espacio de la futura València que mira al mar acabará por pasarnos factura. Siendo una verdad como una catedral, el trilerismo acude solicito cuando ve dinero fácil y algún que otro escenario petulante. Demasiado tiempo llevamos sin conseguir la seguridad institucional necesaria para hacer de ese extraordinario balcón marítimo lo que se espera de una ciudad racional con proyección internacional. Mientras llega el ‘trellat’, hay que pasearse por La Base, la nave que hay enfrente del Veles e Vents para contemplar una de las mejores exposiciones de arte contemporáneo que se puede ver estos días. La colección de Vicent Madramany demuestra muchas cosas, la primera es que la cultura, en su concepción más amplia, depende de una opción más personal que colectiva, y que hay que girar la vista hacia el coleccionismo privado, porque además nos salvará de los oscuros nubarrones de gestores públicos de planta sin flor.

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