Durante un tiempo se pusieron de moda en los programas de entretenimiento televisivo los expertos en lecturas de labios. Ahora han tomado el relevo los especialistas en análisis de gestos para descifrar supuestos conflictos de unos protagonistas que son analizados durante horas para rellenar espacio audiovisual barato. Los modos y maneras se nos van pegando de una manera lenta e imparable, igual que se han convertido las antiguas tertulias políticas en escenarios de falsos debates con las posiciones prefijadas, el espacio dedicado a las miradas, los acercamientos o la intensidad de los abrazos de los actores políticos va ganando terreno.

Como si fueran inextricables las negociaciones entre los protagonistas, como si no hubiera versiones de las partes como siempre ha sucedido, es más, como si ellos mismos no hicieran de continuo una política declarativa, analizamos a cámara lenta la momentánea caricia de vicepresidenta Díaz al presidente del Gobierno, para encontrar señales de la viabilidad del pacto de gobierno PSOE-UP. Las tensas relaciones entre las dos primeras vicepresidentas se monitorizan por las miradas que se dedican en las sesiones de control en el plenario o por quien roba protagonismo a quien en las cumbres internacionales. Los ‘aplausómetros’ en los congresos de los partidos certifican el cambio de dirección ideológica de la nueva dirección o la ascensión a la gloria de algún dirigente regional, y la gravedad en el rostro del presidente de la Generalitat en una cena institucional certifica el rumbo de las negociaciones en la mesa de diálogo. Nunca creí que cuando hablábamos de la política de gestos nos acabaríamos refiriendo a un significado tan literal de la expresión, porque más allá del espacio al entretenimiento que es bien recibido por todos, pareciera que estuviéramos dedicados a la observación de rituales cuyos códigos no manejamos, en una cultura desconocida y sin posibilidad de acercamiento.

Es cierto que la imagen constituye uno de los elementos más importantes en la comunicación del pensamiento permitiendo establecer el contacto con esa realidad misteriosa que es la propia intimidad. El problema de la imagen radica en que no solo hay que ser, sino también parecer. Y en este segundo esfuerzo están concentrados unos y atentos los otros, cuando la información relevante está en otros escenarios, en esos segundos violines que negocian frase a frase cualquiera de los conflictos ordinarios de la política que ahora se nos revelan descomunales. La creación de la imagen solo tiene sentido cuando la apariencia signifique lo que está simbolizando, la realidad.