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Ricard Pérez Casado

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Ricard Pérez Casado

Europa, principios, valores, normas

Resulta cuando menos angustioso que 78 años después del Manifiesto de Ventotene y a 64 años de la firma de los Tratados de Roma, uno sienta tener la obligación de recordar. Penoso sobre todo si se tienen en cuenta algunos hechos que podríamos calificar sin duda alguna de constitutivos de nuestro ámbito político, social y económico: Europa. La pequeña isla tirreniense de Ventotene ‘albergaba’ prisioneros políticos de un héroe nacional italiano y franquista, Benito Mussolini. Entre los huéspedes, gentes de mal vivir y peor traer como Sandro Pertini, que alcanzaría, horror de los horrores, la Presidencia de la República Italiana. Altiero Spinelli y otros forajidos que urdieron un manifiesto que serviría de guía para cuando el fascismo y sus garras dejaran de maltratar este espacio de libertad, cultura, tolerancia, ambición de prosperidad y de igualdad, que reconocemos como propio: la Unión Europea.

Los firmantes de los Tratados de Roma tuvieron muy presente el contenido del manifiesto insular. Lo plasmaron en ellos y los que se han sucedido en este más de medio siglo. Hasta el fracaso de la Constitución para Europa sustituida por el Tratado de la Unión Europea (TUE), salido de los acuerdos de Maastricht. El Tratado en vigor, en su artículo 2, esto es, en la parte dispositiva que a todos obliga, ya nos refiere cuáles son los principios y cuáles los valores en los que se basa la propia Unión Europea. Lo hace ampliando el texto constitutivo de 1957. La propia dinámica democrática de la Unión y la evolución de las sociedades lleva aparejada la aparición de nuevos valores, nuevos derechos y su necesaria plasmación en las normas que rigen la convivencia civilizada, ajustada a derecho como dirían algunos, a que se deben las sociedades democráticas maduras.

La paz como valor supremo después de dos guerras devastadoras material y espiritualmente. La libertad como condición para el ejercicio de los derechos. La igualdad como aspiración para todos los ciudadanos y ciudadanas. La democracia como sistema político, capaz de albergar los principios y los valores, y sobre todo, aplicarlos. Ampliándolos, por supuesto a medida que las sociedades avanzaban en derechos y nuevos valores.

El TUE enumera las instituciones de la Unión en su artículo 13. Algunas de ellas están siendo cuestionadas en la práctica por algunos Estados miembros. Es el caso de los tribunales de justicia, incluido el TJUE como instancia judicial máxima para los Estados, pero sobre todo por lo que aquí interesa para los ciudadanos y ciudadanas. Una instancia superior que agota las demás, en concreto las estatales.

Caminar hacia una Europa unida, sujeto político para una nueva ciudadanía por encima de las ciudadanías estatales u otras. Junto con la moneda y las fronteras comunes, podríamos decir que solo faltan las relaciones internacionales y la defensa para constituir un Estado federal a escala continental, plural en lenguas y tradiciones, pero con un designio común, convivir en paz, en libertad y lograr cotas más elevadas de prosperidad compartida, de igualdad. Los nacionalismos de carácter estatal quedan excluidos de modo radical desde el momento en que los Estados, actores de los tratados, firman y con su firma aceptan tanto los principios, los valores, las instituciones y las normas que los aplican y desarrollan.

La ampliación hacia el Este motivada más por los intereses estratégicos de la OTAN en su objetivo nunca desmentido de acercar la primera línea al ‘glacis’ soviético ahora de la Federación Rusa, precipitó la admisión Estados que no cumplían las exigencias que fueron impuestas a otros antes, como España, Portugal o Grecia. El nacionalismo era, y es hoy más acentuado todavía, el cemento en muchos casos de los gobiernos que firmaron los Tratados de adhesión con la oculta intención de incumplirlos en lo que se refiere a derechos y libertades fundamentales, esto es los principios y los valores sobre los que se basa la Unión.

La nostalgia de la tiranía, la ausencia de las formas y respeto a las normas de un sistema democrático asentado, forman parte de estos nuevos socios. Por ello no resulta extraño que sus dirigentes, impregnados de nacionalismo y con el hábito dictatorial asumido ahora en forma ‘europea’ de fascismo, pugnen por rechazar toda norma que restrinja sus objetivos autoritarios explícitos. Cuestionar el andamiaje jurídico fundamentado en principios, valores, de los mismos TUE y el Tratado de Funcionamiento, proponer la misma desaparición de la UE. Que esto es lo que está en juego después de la disparatada acción del brexit.

No se trata solo del papel de la UE en el mundo como oasis de paz, libertad y prosperidad. Se trata de un proyecto político que surge después de las terribles experiencias del siglo XX que afectaron a todos, y de qué manera a algunos Estados cuyos gobiernos se empeñan en el derribo de un edificio cuya erección ha ocupado mentes y gentes esforzadas durante decenios.

En mi obra ‘La Unión Europea. Historia de un éxito tras las catástrofes del siglo XX’, editado por la Universitat de València en 2017, me ocupaba de estos temas y de alguno más que el paso del tiempo me ha avalado como el caso de la frontera irlandesa con el brexit o las consecuencias de la ampliación al Este. Y sobre todo, el peligro gravísimo de entender la UE como una vaca nodriza de subvenciones a la vez que una fortaleza para quienes quieren migrar a un continente de migrantes que es Europa.

Construir en el ámbito político y social es arduo. Destruir, como hemos podido comprobar, muy fácil. Guerras mundiales, civiles, derivadas de los nacionalismos o las exclusiones. Las armas todavía están en los Balcanes, corazón de Europa, y vecinos como Hungría y Polonia, que no son estados rebeldes, sino gobiernos de extrema derecha con ‘jueces independientes’ que desean el derribo de las instituciones comunes comenzando por la Justicia. Parece que no son los únicos. En España también los hay, eso sí invocando la palabra libertad obscenamente en sus labios.

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