A propósito de Nicaragua, en estas reflexiones no trato de defender a un gobierno, ni unas políticas determinadas. Se trata, por el contrario, de poner sobre la mesa la falta de honestidad, de coherencia, y de ética por la doble vara de medir según qué países, qué gobiernos, qué regímenes.

Dos detalles introductorios. Primero, que además de numerosos viajes, tuve la inmensa fortuna de vivir y trabajar en Centroamérica durante varios enriquecedores años, como experto de la Agencia Española de Cooperación Internacional, y por tanto, sé de lo que hablo. Segundo, que como aspirante a poder llamarme anarquista, quienes me conocen saben de mi poco "aprecio" por el poder, del que sólo cabe esperar autoritarismo, privilegio e injusticia.

Al momento de redactar este artículo, se están celebrando elecciones en Nicaragua, y por tanto, desconozco el resultado. Dichas elecciones se tachan de fraudulentas por haber encarcelado a políticos de la oposición, por no permitir el acceso de observadores internacionales ni tampoco prensa extranjera.

Profundicemos un poco.

Cada país tiene su legislación adaptada a sus características históricas.

En el Estado español es imposible, ahora mismo, hacer un referéndum sobre monarquía o república. O si se celebra un referéndum sobre la independencia de una comunidad autónoma, te encarcelan por infringir la ley o hacer uso fraudulento de fondos públicos.

Del mismo modo, en Nicaragua, dado el histórico y permanente historial de intervenciones de Estados Unidos en sus asuntos internos, el actual gobierno promulgó unas leyes muy estrictas, en las que prohíbe cualquier tipo de financiación o injerencia extranjera. Y en virtud de esas leyes han sido encarcelados unos políticos (igual que en Cataluña) que sin esa financiación de Estados Unidos no son nada.

Se acusa a Nicaragua de que la dictadura del comandante Ortega ha hecho emigrar o huir del país a 60.000 personas desde los disturbios de 2018. Pero nada se dice de 1.600.000 personas que han salido de El Salvador (el 25 % de su población), ni de los 850.000 hondureños emigrados o huidos de Honduras, ni de los 100.000 guatemaltecos que Estados Unidos devuelve cada año a Guatemala.

Vergüenza da la publicación de unos datos extemporáneos, aislados y sin explicación de las causas, a la par que se ocultan otros que comparativamente podrían ayudar a comprender el complicado entramado político-social de los países centroamericanos.

Nada se dice de la "ejemplar" Costa Rica, un país corrupto como tantos otros, y donde, por muchas elecciones que hagan, los presidentes pertenecen a una reducida serie de pudientes familias, cuyos hijos al nacer ya saben que antes o después llegarán a ser presidentes, y para ello se preparan en reputadas universidades de Inglaterra o Estados Unidos.

Nicaragua tiene sus defectos, muchos y graves, pero ni más ni menos que el resto de países que la rodean. Defectos causados muchas veces por un Estados Unidos que sigue viendo la región centroamericana como un anexo de su territorio, y por tanto, no que países como Nicaragua, intenten ejercer una soberanía que se les está negando desde que las repúblicas centroamericanas consiguieran su independencia en 1821.

Desde entonces, Estados Unidos invadió Nicaragua en 1856. Orden de Estados Unidos fue el asesinato del general Augusto César Sandino en 1934 por querer expulsar a los marines norteamericanos. Estados Unidos instauró la dictadura de la familia Somoza desde 1937 hasta 1979 en que el Frente Sandinista derrocó la saga. Estados Unidos financió a la Contra nicaragüense desde 1980 hasta que los sandinistas perdieron las elecciones en 1990. Estados Unidos, desde 1990, financia generosamente a la oposición nicaragüense para evitar el triunfo sandinista.

Respecto a los observadores internacionales, la mayoría de la Organización de Estados Americanos (OEA) o de la Unión Europea (UE), la medida es más que entendible, atendiendo al desprestigio y las políticas erráticas de ambas instituciones. Porque nada se puede esperar de una OEA apéndice de Estados Unidos, que legitimó el golpe de estado en Bolivia contra Evo Morales o que avaló como presidente de Venezuela a un usurpador. Y nada se puede esperar de una UE que incumple las sentencias de su propio Tribunal de Justicia en lo referente al Sáhara o es incapaz de aunar esfuerzos ni de establecer una política común basada en la justicia.

Y respecto a los medios de comunicación, es tal la cantidad de medias verdades que proclaman y la cantidad de realidades que ocultan (sin ir más lejos, para hablar de las elecciones, se recurre a imágenes de los disturbios del 2018, como si se estuvieran produciendo ahora mismo), que lo más prudente es mantener alejados a unos medios con una orientación ideológica tan sesgada, cuyas crónicas parecen escritas de antemano, y que en vez de explicar y clarificar todos los ángulos de tan enormes problemáticas, sólo hacen que confundir a la opinión pública.

La información tiene que tener datos y remitirse a hechos y para eso es muy importante que el periodista se informe. Da tristeza y pánico a la vez, saber (porque así me lo contó él mismo) que el corresponsal en Nicaragua de un periódico líder en España, mandaba a un “negro” a las ruedas de prensa y convocatorias oficiales, porque según decía, estaba “hasta los cojones de los comandantes”. Ese corresponsal, años más tarde, llegó a dirigir el rotativo. Y ese es el nivel cuando se trata de Nicaragua.

Si un sentimiento neocolonial es lo que impide dejar a Nicaragua decidir su futuro (como el de Venezuela, Cuba o Bolivia o el Sáhara), al menos, como mal menor, yo pediría que tratarán a estos países tal como tratan al resto de países de la región, o sea, mirando hacia otro lado, y no hablando de ellos.