No resulta fácil narrar una ciudad tan dual, canalla e inclasificable como València, es decir, convertir esta capital que muchos odian y aman con igual intensidad en la protagonista de una novela. Una urbe cosmopolita y rural a un tiempo, mestiza desde muchos puntos de vista y que a lo largo del último siglo sufrió unas gigantescas transformaciones que la hicieron irreconocible incluso para sus vecinos. En cualquier caso, todos aquellos que se han atrevido a encarar el reto han tenido que beber por necesidad de las fuentes de Vicente Blasco Ibáñez, santo y seña de la València de finales del XIX y principios del XX. Pero aquella ciudad de las novelas costumbristas desapareció al paso de guerras, dictaduras, especulaciones inmobiliarias, vacilantes transiciones democráticas y corruptos sueños de grandeza bajo el manto del papa o entre el ruido insoportable de la Fórmula 1.

Así las cosas, varias generaciones de escritores han intentado describir calles y plazas, dibujar personajes y situaciones o atrapar el alma de la ciudad. Apenas unos pocos elegidos lograron su objetivo y pudieron retratar la esencia de una capital esquiva, pese a su aparente desvergüenza. Desde la literatura en todos sus géneros y desde el periodismo, Manuel Vicent ofreció en novelas como ‘Tranvía a la Malvarrosa’ una crónica agridulce de aquella València del franquismo durante sus años de estudiante. Llegarían después las épocas de la euforia en los años ochenta y noventa para que el bisturí de Ferran Torrent, de la hornada siguiente a Vicent, abriera en canal la ciudad a través de la crónica negra con libros como ‘Un negre amb un saxo’ o ‘Graciès per la propina’. Aunque de refilón, también un maestro como Rafael Chirbes reflejó como nadie una corrupción que ahogaba la costa valenciana en obras como ‘Crematorio’ o ‘En la orilla’, sin olvidar una joyita como ‘El año que nevó en Valencia’.

Pero se echaba de menos un necesario relevo generacional que evocara de nuevo la ciudad de un modo brillante, conmovedor y lúcido. Y en eso llegó Rafael Lahuerta Yúfera para enganchar a miles de lectores con su ‘Noruega’, una magnífica novela que se ha abierto paso con el infalible método del boca a boca hasta convertirse en un éxito editorial en un país que lee poco y menos en valenciano. De la mano de unos personajes que recorren una y otra vez el casco antiguo de València y con el Mercado Central como epicentro, el autor muestra la cara oscura de la ciudad en unos años en los que el diseño, la moda, la gente guapa, el IVAM, el Palau o la ruta del bakalao eclipsaban una urbe marcada por las drogas, las desigualdades sociales o los complejos provincianos.

Después de su original ‘La balada del bar Torino’, a sus 50 años de edad, Lahuerta ha conseguido aprehender la esencia de su ciudad, una Valencia que giró siempre alrededor de un mercado y no de una catedral, y nos ha transmitido a sus paisanos una nostalgia teñida de rabia y de afecto. Como ocurre en toda gran novela, un microcosmos como el barrio de Velluters sirve aquí para mostrar un mundo entero.