El otro día, sentados en un banco de la estación de Atocha, esperando el AVE con destino a la patria de las flores, de la luz y del amor, Josep Vicent Boira, Bernardo Guzmán, Juan Carlos Fulgencio y uno mismo discutíamos sobre trenes y camiones, vías y autovías, como si fuéramos personajes surgidos de las mismísimas entrañas de la Revolución Industrial y de sus combustibles fósiles, con perdón. Aunque, bien mirado, ¿no somos, nosotros mismos, combustibles fósiles? (Lo normal ahora es hablar sobre bits, cokies y algoritmos, y sobre las comunicaciones robotizadas, o muy pronto teletransportadas: entrarás en un habitáculo dispuesto por el conseller de la cosa, Arcadi España, en algún lugar aséptico de Valencia, y aparecerás en la Diagonal de Barcelona, Dios no lo quiera, en una milésima de segundo). Venían, los tres, digo, de celebrar un rito, junto a muchos centenares de valencianos más, que se viene repitiendo en el tiempo: un acto de reivindicación empresarial para acelerar las obras del Corredor Mediterráneo, cuyos plazos de finalización discurren por los caminos de la eternidad. La plataforma convocante se denomina «QuieroCorredor». Dicho así, en abstracto, parece que se trate de una invitación a echarle el lazo, con fines imprecisos, a los señores que corren por el jardín del Turia en calzones. Pero no. El colectivo viene invocando la materialización de ese eje ferroviario en todo su ser, esto es, completo y acabado, y no a medio construir, como nos lo presentan año tras año los poderes de Madrid, de uno y otro color. La plataforma en cuestión recuerda que llevamos muchos años con el mismo asunto. En la improvisada reunión con Boira, Guzmán y Fulgencio dije yo que fue Ninyoles el que conceptualizó y teorizó -toda infraestructura colosal necesita de una buena teoría que la envuelva o corre el peligro de quedarse en un mero ejercicio técnico de ingeniería, sin transcendencia- el eje mediterráneo, aliñándolo con el áura cultural, pero Boira precisó enseguida que ya en 1912 don Ignasi Villalonga, cuya familia era propietaria de una compañía ferroviaria, expuso y requirió el proyecto. Sin éxito, claro, como sucede en la actualidad, aunque en la actualidad se haya avanzado mucho, y sea más necesario que nunca. Lo es sin duda porque, anteriormente, nuestro auténtico corredor era la autopista del Mediterráneo, la AP7, y es lo que comentábamos: hoy esa autopista que nos unía con la próspera Europa ha mutado en lo que sigue: una fila de camiones uno detrás de otro por el carril derecho y una fila de turismos uno detrás de otro por el carril izquierdo, de modo que cuando un camión adelanta a otro colapsa una autopista ya de por sí colapsada, un peligro para los automovilistas y los camioneros. Los garbosos turistas europeos que vienen a tostarse tan campantes al sol de nuestras playas de pronto se adentran en una carretera tercermundista, semejante a las de la India o a esa de Jordania que llevaba el transporte al golfo de Aqaba durante la guerra de Irak: no había asfalto, solo camiones como hormigas enlazadas. La postal de la AP-7, y este siglo que habitamos es de postales, no de ideas, es terrorífica. Hay que hacérselo saber al presidente Puig: no causamos buena impresión. El jefe de la patronal, Salvador Navarro, dio con la clave de nuestros males -a propósito de la lentitud del Corredor- como si quisiera resucitar a Fuster: continuamos siendo invisibles en el firmamento nacional de los poderes territoriales y económicos. Es muy loable la actitud de Ximo Puig esforzándose por hacerse un hueco en el escenario del teatro de España, aunque todas las butacas estén ocupadas, desde el XIX, por catalanes, vascos y castellanos, los primeros desde los subsuelos (economía) y los segundos desde la superficie (retórica nacional). Un individuo no puede luchar contra la Historia. Todos los males de España -los males de su ser y de su existencia, de su destino en lo universal- vienen del regeneracionismo del 98, como enfatiza Toni Mollá, y así el periodista del ABC de Madrid, pongamos por caso, que escribe sobre Cataluña y la España averiada está impregnado de esa salsa macerada por el 98, aunque no lo sepa, claro. Don José Calvo Sotelo lo enunciaba muy a lo bruto: «Antes una España roja que una España rota». Calvo también había bebido el brebaje del 98, la fuente inagotable que permebealiza las conciencias españolas desde aquel año infausto para la gloria de España. Ahora sucede igual. El personal, en lugar de leer la historiografía española derivada de los Annales, pues lee a Pérez Reverte, que es más entretenido y vigila el auténtico espíritu nacional. Con la autopista AP-7 que nos transportaba a Europa como si anduviéramos ya por Europa sin salir del pais convertida hoy en un infierno de camiones, y sin que el Corredor concluya su aventura quebrada de más de un siglo, pensemos resignados que también los invertebrados pueden ser felices. Al fin y al cabo, la pugna de Puig por la visibilidad de un pueblo es una causa imposible, una pasión inútil, que diría el poeta, de las que no se estilan, y ese empeño solo puede desembocar en un estricto martirologio. Nadie combate la Historia, que es como decir el destino, ya nos lo enseñaron los hegelianos (y la Divina Providencia, por supuesto). El Espíritu de la Historia es el que nos conduce a nosotros y no al revés, otro día entraremos en los detalles. A los valencianos nos ha tocado un Espíritu con mucha pachorra, tal vez un subespíritu, poco titánico y muy indolente. Paciencia. Quedamos emplazados Boira, Fulgencio, Bernardo Guzmán y yo mismo a buscar otro tema de tertulia más ameno. Pero, eso sí, dentro de la corrección política y de las geografías normativas y morales. Nada de lujurias.

El actor Tristán Ulloa admite que se metió en los oficios actorales por terapia. Leo esas declaraciones y, horas más tarde, cae en mis manos un suplemento dominical en el que la autora de novelas gráficas Alison Bechdel comenta que sale a correr para combatir la depresión y la ansiedad. De hecho, la escritora recomienda esa actividad física por encima de las pastillas. El mismo día conozco que la gimnasta y cinco veces mundialista Natalia García ha decidido dejar el oficio para dedicarse a otros proyectos y confiesa haber estado medicada durante meses, sufriendo ataques de ansiedad y taquicardias. Lo mismo que la cantante Angy, que habla de su depresión sin ningún tipo de tapujo. Como debe ser. Todas estas lecturas en un día. Algo se mueve en el ámbito de la salud mental. La gente habla de ello. Y es que hay algo liberador y socialmente avanzado en poder compartirlo sin tapujos y con la misma naturalidad con la que decimos que tenemos un catarro o una gastroenteritis.

Muchos hemos crecido en un ambiente perfeccionista, sometidos a esa cultura del esfuerzo que creemos que dignifica nuestra existencia e impregnados de una moral judeocristiana que durante años nos ha inculcado lo que está bien y lo que está mal. No es fácil estar a la altura si se parte de esas premisas. Estoy rodeada de personas, la mayoría mujeres, que asumen múltiples responsabilidades y que tienen una actividad física y mental difícil de soportar.

Conozco a personas que, a pesar de poder seguir con su ocupación, han sido expulsadas de un sistema que prima la juventud, la productividad y la eficiencia. Rondan los cincuenta y han pasado toda su vida en empresas que hoy están en declive o que están siendo abducidas por la tecnología. Basta abrir bien los ojos para ver a quienes están y se sienten solos. Mayores con pocos vínculos sociales, que no quieren ir a una residencia, pero que no saben cómo se las arreglarán en sus casas.

Hablo con jóvenes, y no tan jóvenes, sobrepasados por las expectativas de quienes les rodean. Adolescentes que tienen que prepararse para ser abogados, tenderos, médicos, panaderos o mecánicos porque es lo que desean sus padres. Hay muchísimas personas que en algún ámbito de su vida desearían coger el toro por los cuernos, pero no saben cómo.

Frustración, miedo, expectativas incumplidas, estrés o soledad. Así que, ¿para qué esconderlo? Hay que hablar sobre salud mental, tomársela en serio e invertir en recursos. Yo también salgo a hacer deporte para combatir la ansiedad. Cada día y el máximo de horas posible.