España en un país construido sobre la base de la impunidad franquista, un régimen que cimentó su persistencia y estabilidad en la aniquilación sistemática de los adversarios políticos, la razón y la inteligencia. Los asesinos, represores y cómplices cruzaron la calle hacia la democracia gracias a una ley de amnistía que asimiló a demócratas y fascistas y dicha impunidad se introdujo sigilosamente en el imaginario social compartido, realzando a los violentos y amedrentando a los soñadores. La violencia contó con un importante protagonismo en la definición de la nueva sociedad democrática durante la Transición, con fuerzas prácticamente paramilitares que actuaban con total impunidad contra los espacios de libertad. El miedo a las modificaciones legales han cambiado de bando y ahora son los asesinos y encubridores los que temen una modificación de la ley que permita revisar sus salvajadas. Sin embargo, muchos de los culpables han sido ya indultados por la acción irrefutable de la muerte y pocos pasarán por el banquillo, aunque para el simbolismo de hacer justicia nunca es tarde.

La violencia ha sido siempre una herramienta política más. No se dice, es políticamente incorrecto. Pero es así. Aunque diferentes posicionamientos ideológicos se muestran en contra del uso de la violencia y han protagonizado reivindicaciones pacíficas con éxito a largo de la historia, otras opciones precisan ineludiblemente de la violencia para imponer su modelo del mundo. Es decir, dentro de sus parámetros de interpretación de la realidad, la violencia es clave para la imposición de una sociedad patriarcal, homófoba, clasista y excluyente hacia cualquier atisbo de diferencia. La extrema derecha necesita de la violencia y no duda en hacer uso de ella, primero con un discurso agresivo que sitúa al adversario político como enemigo al que eliminar y que es interpretado como una soflama bélica entre sus seguidores, empoderándolos para el uso y disfrute de la agresividad, y después con la justificación o edulcoración de sus actos.

Hace unos días se supo que habían agredido a dos artistas falleros en Valencia al grito de “maricones”. El agresor escupió en la cara a una de las víctimas y rompió el pie a la otra. Los agredidos denunciaron que los neonazis no pueden campar a sus anchas y que algo está fallando en nuestra sociedad para que dichos agresores se vean con la potestad de actuar en impunidad. Unos días después, un chico era agredido por una turba de nazis por llevar una sudadera con una mensaje a favor de la clase obrera.

El hecho es que la violencia crece exponencialmente en aquellos países en los que los movimientos de extrema derecha se expanden gracias a la complicidad de los medios de comunicación. El político, bien pertrechado, lanza un mensaje agresivo contra un grupo social históricamente perseguido y discriminado. Nunca contra el poder, nunca contra el capital. Que si los menas violan, que si las mujeres denuncian agresiones falsamente, que si los pobres prefieren cobrar una paga del Estado antes que trabajar. Difunden odio a través de mentiras y después sus brazos armados actúan. Agreden, insultan, asesinan.

Los ejemplos son numerosos y diferentes estudios, que tienen en cuenta a nivel comparativo las cifras de los últimos años, alzan la voz no solo por la expansión de este tipo de violencia política sino también por la impunidad. Fondo Calala publicó hace unos días una investigación en 28 países de América Latina y Europa en el que se desvelaba la estrategia internacional coordinada de la extrema derecha para atacar los derechos de las mujeres y de las personas del colectivo LGTBIQ+. Si se realiza un trabajo periodístico sencillo y se unifican noticias aparecidas en los últimos meses se observa con mayor facilidad la causalidad: Los mensajes políticos de la extrema derecha se transforman en aumento de la violencia. En España, el fascismo dispone de un altavoz privilegiados desde hace casi un lustro. Según el Instituto Nacional de Estadística, un total de 719 jóvenes menores de 18 años fueron víctimas de la violencia machista en 2019, aumentando un 6,2% respecto al año anterior. Save the Children alertó que la violencia en adolescentes es una de las que más crece. Por su parte, el Observatori contra l'Homofòbia escenificó que las violencias contra las personas LGTBI crecieron en Catalunya en 2020 un 18,12% con respecto al 2019. En países como Hungría o Polonia se expanden las zonas libres de homosexuales, con persecuciones y palizas.  Un estudio de 2019 observó que crecía el terrorismo de ultraderecha un 320% en Europa, América del Norte y Oceanía en cinco años, mientras uno de los últimos informes de los servicios secretos alemanes cifró en más 24.000 los ultraderechistas en el país, con casi 13.000 de esos ultras considerados potencialmente violentos y con más de 900 con permiso de armas.

El odio también es aporofóbico, es decir criminalización y persecución de la pobreza. La pandemia incrementó el odio contra las personas sin hogar y sólo en Barcelona asesinaron a cuatro personas en unos meses. Los índices de tolerancia hacia los inmigrantes en 2019 cayó en todo el mundo con respecto a 2016, según una encuesta publicada por la consultora estadounidense Gallup. En España la Fiscalía investigó a grupos que se organizaron para agredir a inmigrantes en Gran Canaria, con varios foros digitales en los que circularon llamamientos expresos a desplazarse al sur de la isla en grupo para atacar a los migrantes. Poco después se expandieron brutalmente los mensajes de odio en redes contra los menores no acompañados. Los expertos afirmaron que “suele ser un reflejo de la agenda mediática y política”. El Observatorio Español de Racismo y Xenofobia apuntó que los ataques contra estos chavales suponían un 28,6% del total de mensajes localizados, por lo que doblaba su peso sobre el total registrado en los dos meses anteriores. En la época preelectoral la extrema derecha centró su campaña en criminalizar a los menores migrantes.

La extrema derecha es un peligro para la democracia. Se demostró con el asalto al Capitolio en los Estados Unidos pero los ejemplos se expanden por el mundo. Antivacunas y neofascistas asaltaron la sede del principal sindicato en Italia. En Bélgica, como también sucedió en Alemania y es conocido en España, se ha puesto el ejército bajo lupa por los lazos de sus integrantes con los movimientos neofascistas. Los mensajes de odio están provocando acciones violentas en las zonas fronterizas, con milicias organizadas para agredir a los migrantes (a menudo familias) en España, Grecia, Italia, Hungría o Polonia. 

Contra este tipo de violencia política no cabe otra que la imposición de la legalidad y la aplicación de penas contundentes que sirvan para demostrar que no existe impunidad cuando de delitos de odio se trata. Eso, y por supuesto, acción ciudadana e implicación de los medios de comunicación y de los espacios de educación. La extrema derecha pretende atemorizar a la ciudadanía para que no exprese sus anhelos de libertad y contra ella deben unirse todas las fuerzas de convicción democrática. No caben medias tintas y equidistancia. Tampoco coberturas mediáticas sin la suficiente preparación y rigor para contrarrestar las falacias con datos. Merkel se ha retirado de la política como un ejemplo para las fuerzas conservadoras europeas. Ella defiende con convencimiento que para ser demócrata es necesario ser antifascista.