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A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Permiso para molestar

Una manifestación reciente en Bélgica contra las restricciones reforzadas tras el aumento de contagios. EFE

Este es un país casifederal que no se lo termina de creer. La frase me suena. Y hoy más, con el último enjambre legal al que vamos abocados con los pasaportes covid. En un país realmente federal serían, en efecto, los territorios los que decidirían si lo aplican o no. Pero en un país realmente federal existiría alguna coordinación y alguna mínima norma para que los criterios fueran homólogos en un sitio y en otro y para que un juez no pudiera decir no al certificado en un lugar y sí al mismo en otro. Lo contrario es el pequeño caos al que nos dirigimos sin remedio.

Pero no es lo peor. Lo peor es la sensación de que el Gobierno ha decidido desistir de tomar las riendas del pasaporte covid por prudencia. O por miedo. Elijan el término según la complicidad de quién opine. El trasfondo es el mismo: evitar la generación de protestas libertarias (falsamente libertarias, en verdad) y que se extienda un fenómeno que enquista la convivencia en buena parte de Europa pero que aquí, con un alto índice de vacunación, no se ha dado. Hasta ahora. Está bien evitar conflictos que ensucien la paz de las calles. No está tan bien tomar decisiones para ahorrarse problemas. Casi siempre es una manera de despejarlos a otros. De crear otros problemas. Pero el ministerio ha enviado su mensaje: son preferibles enredos políticos y de descoordinación entre las autonomías y el Gobierno a prender una cerilla en las calles, aunque no exista certeza de que un mínimo criterio general sobre el pasaporte covid pueda producir estos efectos. Opinen ustedes. Otros ya opinamos demasiado.

Lo peor es que detrás está la fuerza creciente de los que cuestionan el sistema. Y la extrema derecha es la que los representa políticamente mejor en Europa. Esa extrema derecha que el diputado valenciano de Ciudadanos Fernando Llopis cree que es mejor compañera de gobierno que Unides Podem. Esa extrema derecha que en el Parlamento valenciano llama ‘conseller’ a Mónica Oltra, Gabriela Bravo, Mireia Mollà, Rosa Pérez Garijo o Carolina Pascual, ocultando su condición de mujeres. Esa extrema derecha con la que el líder del PP, Pablo Casado, no se sabe muy bien si ha querido coquetear o, al menos, no molestar después de haber caído, casualmente, en una iglesia en un día y una hora en que se rezaba por el dictador. Si realmente ha sido un cúmulo de caprichos del destino (cosa que estoy dispuesto a creer como defensor del azar como factor político), si realmente las constelaciones se alinearon así para crear un problema al jefe de la derecha, lo que debería haber hecho ya es pedir una disculpa. Lo contrario demuestra la especificidad histórica española: la relación amistosa de los jóvenes conservadores con el pasado antidemocrático español. Puede que no los represente, pero es algo así como negar a los antepasados familiares. Pero eso está muy tratado. Yo lo que quería decir hoy es que mientras unos y otros, de colores diferentes, en la política y en otros ámbitos, intentan (intentamos) no molestar a los airados contra el sistema y a la extrema derecha, todos ellos (se) van creciendo. Quizá no estamos dando con la estrategia. Pero tampoco estoy convencido de que fuera mejor con la confrontación. Opinen ustedes. Otros ya opinamos demasiado.

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